
Al cabo de seis improductivas conversaciones telefónicas Trump-Putin, además de dos reuniones diplomáticas en Estambul, surge la duda razonable si Trump carece de claridad estratégica, o si a pesar de la histórica concepción geopolítica de la Casa Blanca no hay en este caso una línea de conducta coherente de cara a la guerra de Ucrania, y si el afán egocentrista del mandatario estadounidense por hacerse notorio como el epicentro del planeta, nos saldrá costoso en el futuro a todos los países de la órbita occidental.
Por lo pronto, ya son evidentes las primeras consecuencias de la ambigüedad geopolítica y estratégica de la administración Trump, asunto medular, que contextualiza toda su política exterior, incluida la respuesta a la sangrienta invasión rusa a Ucrania.
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Por Luis Alberto Villamarín Pulido
Sin importar el colapso de la era soviética (1917-1991), la política exterior del Kremlin se ha caracterizado siempre, por actividades simultáneas de guerra sicológica, mediante rumores, propaganda negra, sabotajes, espionaje, asesinatos de opositores dentro y de desertores fuera de Rusia, chantaje intimidatorio con potencial uso de su capacidad nuclear, intromisión en procesos electorales en naciones democráticas, alianzas con gobiernos dictatoriales y constantes operaciones especiales ajenas a las leyes internacionales en diversos lugares del planeta, en maridaje con grupos criminales.
Paralelamente con la atroz invasión rusa a Ucrania, que Putin y su cohorte denominan “operación militar especial”, mediante el uso de tecnologías difíciles de rastrear para amplificar los argumentos a favor del aislacionismo antes de las elecciones estadounidenses en el otoño de 2024, Moscú ha efectuado audaces operaciones sicológicas y de guerra cibernética en Estados Unidos y Europa, tendientes a descarrilar cualquier financiación militar para la defensa de Ucrania.
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