Si los estadounidenses pudieran cambiar las reglas de juego electoral, lo más conveniente para ese país y para el mundo que depende de las decisiones políticas de la Casa Banca, sería que ni Trump ni Hillary lleguen a ser presidentes de Estados Unidos. Toda la campaña presidencial de 2016, se enfrascó en la escasa estatura mental y política de ambos contendientes, reflejada en ofensas mutuas, carencia de argumentos, chismes de alcoba, y sacada de trapos al sol, que dejan muy mal parada a la dirigencia de los dos partidos tradicionales en Estados Unidos y muchas dudas acerca de cuál será el rol de cualquiera de los dos pintorescos personajes como mandatarios.
Pero para colmo de males, la inexistencia de líderes políticos capaces connotados como estadistas, no ocurre sólamente en Estados Unidos, sino que es una epidemia que afecta a los cinco continentes desde hace varias décadas. Ni sombra de la época en que en el mundo brillaban Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Franco, Adenauer, Yoshida, Ghandi, Tito, Nehrú y otros.
Con excepción de la canciller Ángela Merkel de Alemania, es imposible hallar un solo líder político en el mundo, que tenga claridad estratégica y que influya en las decisiones internacionales para bien de la humanidad. Barack Obama tuvo la oportunidad pero fue inferior al reto. Recién posesionado le regalaron el Premio Nóbel de Paz, Latinoamérica lo vio como la esperanza para integrar la gran nación con los vecinos, Europa aspiró a tener su influencia geopolítica como catalizador de la Unión, Israel aspiraba que influyera en la desarticulación de la geopolítica y poderío nuclear de Irán, el África lo veía como la esperanza para aclimatar la paz e incentivar el desarrollo económico… Pero nada de esto sucedió.
España salió del pésimo gobierno de Zapatero y entró en otro túnel oscuro con Rajoy, cuyas persistentes críticas desde la oposición nunca se materializaron. En Francia no se sabe quién está más desenfocado si Sarkozy o su sucesor Hollande. Italia aún no se repone de las barrabasadas de Berlusconi. Putin acumula todas las características de un rufián y un pirata. China apadrina la agresividad de Core del Norte, desafía a la gran potencia, inunda el mundo con baratijas de pésima calidad, pretende robar el mar territorial filipino, etc.
El gobernante de India está más pendiente de hacer la guerra contra Pakistán que de resolver graves problemas sociales internos. Brasil anda de tumbo en tumbo. Canadá gobernado por un populista está alejado del hemisferio. Egipto salió de la dictadura de Mubarack pasó a manos de dictadores islamistas y luego cayó en una férrea dictadura militar sin norte…Y así sucesivamente.
Entretanto Colombia y su vecindario navegan en medio de la mediocridad, los autoritarismos, el falso uso de la palabra democracia, la egolatría de los mandatarios, las mentiras sistemáticas hacia los gobernados y la carencia de planes estratégicos integrales diseñados a largo plazo.
En este escenario descriptivo, surge la pregunta lógica: ¿Cuál o cuáles son las razones para que el liderazgo político internacional haya caído en tal modorra? La respuesta no es fácil de concretar, por lo tanto es más práctico, definir perfiles compartidos por los actuales mandatarios para señalar donde están las fallas y desde ellas proponer las correcciones.
Los hechos parecen indicar que la dinámica evolutiva de la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial, cayó en el facilismo de la tecnología y las tendencias libertarias que alejaron las juventudes y las generaciones de la lucha hombro a hombro contra las dificultades propias de la naturaleza, dando paso a que ante el vació de autoridad, de manera parcial, la empresa privada asuma el liderazgo del desarrollo integral de los pueblos y que los gobernantes se conviertan en burócratas que obstaculizan con sus leyes y decretos, la proyección individual, máxime donde hay corrupción rampante.
En tal sentido, los rasgos característicos de los gobernantes que con contadas excepciones han sido inferiores a sus antecesores de la época de la segunda gran guerra, giran alrededor de la vanidad sobrepuesta ante los objetivos nacionales, miopía político-estratégica, demagogia, muchos casos de corrupción, ausencia de objetivos nacionales, inoperancia de las organizaciones internacionales de países, desconocimiento de los intereses geoestratégicos de las grandes potencias, rencillas internas, existencia de guerras internas, y mucho más.
Por las anteriores razones, no es de extrañar que aparezcan en las presidencias bocones narcisistas como Trump o mañosos tramposos como Hillary Clinton, o patanes como Maduro, personajes sin méritos como Dilma, los Kirchner, Lula, Correa, Maduro, Santos, Evo, Mujica, etc.
En conclusión, una vez más urge el replanteamiento de los planes de desarrollo integral de los pueblos, y la revisión de las dinámicas políticas por parte de la academia y las colectividades políticas para proyectar los líderes, que se necesitan para solucionar los problemas integrarles y prever con visión político-estratégica escenarios regionales y mundiales, en los que se requieren líderes positivos como los que manejaron el mundo durante la Segunda Guerra Mundial y la primera parte de la postguerra.
De lo contrario, el mundo seguirá regido por personajes pintorescos como Hillary Clinton o Donald Trump, Rajoy, Hollande, Correa, Chávez, Maduro, Evo, Ortega, Fidel Castro, Santos, Peña Nieto, Berlusconi, Kim Il Jong, etc… porque eso es lo que hay y no se ha hecho lo suficiente para mejorar la cosecha.
Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Especialista en Defensa Nacional, Geopolítica y Estrategia