Acuerdo Arabia Saudita-Irán propiciado por China corrobora agitación geopolítica del siglo XXI y reta a Estados Unidos.

Publicado: 2023-03-12   Clicks: 655

Historico acuerdo en Pekin para restalecer relaciones sauditas-iranies

Por Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

Sin lugar a dudas, el acuerdo alcanzado el viernes 10 de marzo de 2023 entre diplomáticos de los archirrivales políticos, geopolíticos y religiosos del convulso Golfo Pérsico, para iniciar la normalización de las tensas relaciones Arabia Saudita-Irán, propiciado de manera audaz por el régimen comunista de China, corrobora la acelerada agitación geopolítica de lo que ha transcurrido del siglo XXI, y por sus alcances se convierte en un gran reto para la política exterior de Estados Unidos y para la ingente labor diplomática de la era Biden, en cabeza del incansable secretario de Estado Anthony Bliken.

Aunque las tensiones y dinámicas geopolíticas están presentes en los cinco continentes, y todas influyen de manera directa en la puja entre superpotencias, las alianzas regionales y los intereses particulares de cada Estado, y sin dejar a un lado las amenazas chinas contra Taiwán y los intereses geoestratégicos de la Casa Blanca en el Pacífico y el Océano Índico, ni mucho menos la invasión rusa a Ucrania por la amenaza que implica contra la paz mundial, también es cierto que la dinámica geopolítica de lo que ocurra en el Medio Oriente y el Golfo Pérsico, donde radican las yugulares del petróleo y el gas, y las tendencias extremistas musulmanas sunitas-salafistas y chiitas-integristas, es una realidad, que esquematiza un reverbero de intereses, que podrían desatar una conflagración impredecible.

Un breve bosquejo de algunas de las actuales tensiones y dinámicas geopolíticas del Medio Oriente y el Golfo Pérsico, indican que:

La política exterior de Arabia Saudita, gira en torno a la visión del príncipe autoritario y gobernante de facto Mohammed bin Salman, quien ha mantenido una política exterior fuerte, bombardeando a los huthies en Yemen, actuando agresivamente para encarcelar a activistas y críticos de su autocracia, y ordenando asesinatos de contradictores políticos o religiosos chiitas.

Por esa razón y ante el distanciamiento que ha tenido Biden con la casa Saud, la restauración de lazos diplomáticos, culturales, económicos y comerciales con Irán, gracias al acuerdo facilitado por China, la situación podría conducir intempestivamente a un realineamiento importante entre los rivales regionales, pese a las prevenciones mutuas y las agendas excluyentes de los dos Estados, las dos visiones religiosas, y las ambiciones paralelas de ser cabezas del mundo musulmán y epicentro de la región.

En ese orden de ideas y con base a en los últimos sucesos, hay una evidente inclinación del entorno musulmán para alejarse de Occidente, a medida que las relaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita se ven afectadas.

Inclusive por las presiones contra el régimen Saudita derivadas del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en Turquía, Riad se ha acercado progresivamente a un Moscú aislado y a un Pekín avariento, con los cuales, firmó un acuerdo de asociación estratégica de impredecibles consecuencias para la política exterior de Washington.

En cuanto a las relaciones con Israel, el reino de Arabia Saudita ha buscado garantías de seguridad por parte de Estados Unidos, pero con la exagerada petición de ayuda para desarrollar un programa nuclear civil a cambio de normalizar las relaciones con Tel Aviv, que actualmente están ensombrecidas con las medidas tomadas por el gabinete conservador de Benjamín Netanyahu.

Hechos visibles por el momento

El encuentro diplomático Irán-Arabia Saudita efectuado en Pekín, enfocado en restablecer las relaciones entre los dos Estados cabezas respectivas de las confesiones chiita y sunita del islam, supondría el primer paso para iniciar el reordenamiento temporal o quizás transicional de habituales y mutuas alianzas y rivalidades, pero esta vez con el gobierno estadounidense al margen de los acontecimientos, lo cual no había ocurrido nunca durante las últimas ocho décadas.

En esencia se trata de la iniciación de una especie de acuerdo de paz en el Medio Oriente. No entre Israel y los árabes, sino entre Arabia Saudita e Irán, que se han enfrentado durante décadas.

Siguiendo los esquemas de la evolución geopolítica de la zona, este es uno de los desarrollos diplomáticos más inusitados y turbulentos que cualquier analista de temas internacionales, podría haber imaginado.

Es la materialización de un sorpresivo viraje geopolítico que puso a reflexionar a los hacedores de estrategias políticas internacionales. De repente, las alianzas y rivalidades que han copado agendas diplomáticas y geopolíticas durante generaciones, sufrieron un cambio radical. Naturalmente, por ahora no se podría especular cuánto tiempo dure este proceso o si tiene éxito. Pero comenzó y de manera inusitada.

Vistos los hechos, es innegable que el gobierno estadounidense, que ha sido actor central en la geopolítica, la diplomacia, la economía, la guerra, la paz y la seguridad en el Medio Oriente durante los últimos tres cuartos de siglo, quedó marginados durante el inicio de lo que podría ser un cambio significativo en la convulsa región.

Por su parte, los chinos que durante los mismos años jugaron un papel secundario en el Golfo pérsico y el Medio Oriente, se han transformado de la noche a la mañana, en el nuevo actor de poder en todos los campos de la geopolítica moderna en dicha región.

Mientras tanto, los israelíes, que han estado cortejando a los saudíes contra sus adversarios mutuos en Teherán, ahora se preguntan dónde quedan sus aspiraciones, proyectos y su seguridad que se torna más vulnerable con dos adversarios mutuos, que antes estaban divididos y ahora se podrían aliar.

En la práctica, todo parece indicar que no ya no hay forma de evitar lo sucedido, situación que de por sí constituye un serio problema geopolítico para Washington. El gran escollo es que Estados Unidos no podría haber negociado tal acuerdo con Irán, ya que los dos Estados no tienen relaciones diplomáticas, y para colmo de males, su presencia en todos los eventos internacionales es tensa y de mutuas acusaciones graves.

En cambio, visto lo sucedido en sentido más amplio, el sorpresivo logro de China, posiciona diplomáticamente al régimen autoritario de Xi Jing Pin y eclipsa cualquier avance que Estados Unidos haya intentado en la región desde cuando Joe Biden asumió la presidencia a comienzos de 2021.

Sin ningún margen de maniobra inicial, por ahora la Casa Blanca ha acogido públicamente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, y para no exteriorizar las obvias preocupaciones internas por lo sucedido, ninguno de sus voceros oficiales, expresó preocupación abierta sobre el rol de Pekín, para dar pasos iniciales con el fin de solucionar la prolongada guerra fría entre Riad y Teherán.

Algunos medios de comunicación aseguraron que en privado, los asesores de Joe Biden sugirieron que se estaría dando demasiada importancia al avance y hasta minimizaron las sugerencias de que habría una erosión para la influencia estadounidense en el Medio Oriente y el Golfo Pérsico.

A lo cual agregaron que aún no es claro, hasta dónde llegaría el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán. Su argumento es claro: Después de décadas de competencia desaforada entre los dos Estados, a veces violenta por asumir el liderazgo geopolítico en el Medio Oriente y el mundo islámico en general, mediante la decisión de reabrir las embajadas que se encuentran cerradas desde 2016, la publicitada reunión de las partes en China, representaría tan solo un primer paso.

Aducen igualmente, que esta conversación por fluida que haya sido, no significa que los sunitas de Riad y los chiítas de Teherán hayan olvidado profundas y viscerales diferencias. Por lo tanto, está por verse que se lleve a cabo el acuerdo para el intercambio de embajadores, debido a que se fijó en un calendario cauteloso de dos meses para trabajar en los detalles.

La clave del acuerdo, según lo que los saudíes dijeron a los estadounidenses, fue el compromiso de Irán para detener más ataques contra Arabia Saudita y reducir el apoyo a los grupos militantes que han atacado el reino.

Irán y Arabia Saudita han librado una devastadora guerra de poder en Yemen, donde los rebeldes Huthies alineados con Teherán lucharon contra las fuerzas saudíes durante ocho años. Una tregua negociada con el apoyo de las Naciones Unidas y la administración Biden en 2022 detuvo en gran medida las hostilidades, que aún no terminan pero son menores.

Según estimaciones de la ONU presentadas a los medios de comunicación a principios del año 2022, más de 377.000 personas murieron durante la guerra en Yemen, a causa de la violencia propia de la guerra civil atizada por potencias exteriores, el hambre o las enfermedades. Por esa razón, los huthies apoyados por la teocracia iraní han disparado cientos de misiles y drones armados contra objetivos estratégicos de alto valor en Arabia Saudita.

Para nadie es secreto, que Arabia Saudita había buscado una suspensión de hostilidades con Irán durante años, primero por medio de conversaciones celebradas en Bagdad, que finalmente no llegaron a buen puerto.

En tan complejo escenario, y con el ánimo de suavizar las críticas, algunos funcionarios de la administración Biden dijeron que los saudíes les informaron a tiempo, acerca de las conversaciones con los delegados de Irán en Pekín, pero que los diplomáticos estadounidenses expresaron escepticismo de que Irán cumpla los compromisos que se alcancen.

¿Por qué se acrecentaron las fricciones sauditas con Estados Unidos y su acercamiento con China y Rusia?

El príncipe heredero de la corona saudita Mohammed bin Salman, quien tenía fuertes lazos con el expresidente Donald J. Trump, aportó 2 mil millones de dólares para el financiamiento de la firma de inversión creada por Jared Kushner, el yerno de Trump.

Pero desde cuando asumió Biden el gobierno en la Casa Blanca, el controvertido p´rincipe saudita ha jugado un intrincado ajedrez diplomático.

La razón de esta dificultad, radica en que durante su campaña presidencial, Biden prometió convertir a Arabia Saudita en un estado “paria”, como consecuencia del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, columnista saudí de The Washington Post que vivía en Estados Unidos y fue conducido a una trampa por los servicios de inteligencia saudíes, para asesinarlo en una sede diplomática saudita en Turquía.

No obstante, forzado por las circunstancias geopolíticas mundiales, Biden accedió a regañadientes a visitar el reino saudita en 2022, ya que por necesidad interna en Estados Unidos, buscaba bajar los precios de la gasolina, que se incrementaron como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania.

Pese a que Biden intentó suavizar las relaciones con los sauditas, su gobierno soportó fuertes críticas mediáticas, porque su saludo con el príncipe Bin Salman fue un choque de puños muy informal y no el obvio y necesario apretón de manos. La razón de esta conducta de Biden fue que la CIA señaló al príncipe de la casa Saud, de ser responsable del asesinato y desmembramiento de Khashoggi en Turquía.

De remate, Joe Biden y su equipo de gobierno enfurecieron, cuando en su opinión, Arabia Saudita incumplió el acuerdo no anunciado, que supuestamente fue alcanzado durante esa visita, y en lugar de ello, redujo la producción de petróleo a partir del otoño de 2022, con la calculada intención de mantener elevados los precios de los hidrocarburos en los mercados internacionales.

Por supuesto, los funcionarios oficiales estadounidenses supusieron que el príncipe Mohammed Bin Salman estaba del lado de Putin, entonces, Biden amenazó con “consecuencias” no especificadas, pero sin reconocerlo públicamente no impuso ninguna.

Además del hasta ahora no aclarado incidente a favor de Rusia, el príncipe heredero saudita, recurrió a los chinos para iniciar a zanjar diferencias con Irán. Entre otras razones, por esta, algunas personalidades de la vida política en el Golfo Pérsico interpretan que este podría ser el siglo chino, máxime que los dirigentes sauditas han expresado serio interés para unirse a la Organización de Cooperación de Shanghái, porque actualmente una buena parte de su producción petrolera es adquirida por China.

Sin embargo si se compara la táctica del príncipe saudita Mohammed Bin Salman, con el enfoque dado por el presidente Gamal Abdel Nasser de Egipto a mediados del siglo XX, quien durante la Guerra Fría pretendió enfrentar a Estados Unidos y la Unión Soviética, el resultado podría ser contraproducente para Riad.

¿Cómo se afectan los intereses geopolíticos y estratégicos de Israel?

China reunió a las delegaciones de Arabia Saudita e Irán en el preciso momento en que Israel esperaba que Estados Unidos lo acercara más con Arabia Saudita, para tener un aliado por conveniencia, frente a la latente amenaza de Teherán contra Tel Aviv.

Después de la firma de los Acuerdos de Abraham que permitió a Israel establecer relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos y Baréin, alcanzados durante los últimos días de la administración Trump, por obvias razones, el gobierno israelí desea ansiosamente firmar un acuerdo similar con Arabia Saudita.

Dicho movimiento de fichas geopolíticas y diplomáticas, marcaría un cambio fundamental en la interacción del estado de Israel con un vecindario hostil durante mucho tiempo, y significaría efectivamente el final de siete largas décadas de aislamiento por parte del mundo árabe hacia Tel Aviv

Sin embargo, a cambio de tan necesarísimo paso para la paz de la región, los sauditas han pedido más de lo que Washington está dispuesto a conceder: garantías de seguridad, ayuda para desarrollar un programa nuclear civil y menos restricciones a las ventas de armas estadounidenses para las fuerzas militares del reino saudita, limitadas entre otras cosas por el temor de que terminen en manos de yihadistas o depredando a Yemen.

Aunque los funcionarios del Departamento de Estado en Washington consideran que las solicitudes sauditas son excesivas, las califican como una oferta inicial, que podría conducir a la normalización entre sauditas e iraníes, por lo pronto el logro más visible, de la administración Biden en la búsqueda de la paz en el Golfo Pérsico, es la apertura del espacio aéreo saudita para todos los aviones civiles israelíes.

¿Cuál es el rol geopolítico de Irán en este ajedrez?

Por otra parte, aunque los esfuerzos diplomáticos estadounidenses ayudaron a calmar las hostilidades en Yemen, la administración Biden no logró revivir el acuerdo nuclear con Irán negociado en 2015 por el gobierno de Barack Obama, que luego abandonado por el gobierno de Donald Trump.

Pese la febril actividad de Anthony Blinken, han transcurrido dos años de diplomacia de la era Biden, estancados y sin avances en la convulsa región, mientras que la agencia de vigilancia nuclear y energía atómica de la ONU, asegura que Irán tiene uranio altamente enriquecido suficiente para construir varias armas nucleares si así lo desea, pero que aún no ha perfeccionado una ojiva.

Así las cosas, obstaculizado por las sanciones estadounidenses, Irán ha profundizado relaciones con Rusia y China. Producto de esa situación, el régimen teocrático de Teherán ha proporcionado drones muy necesarios para que Rusia los utilice en la guerra contra Ucrania, y de paso lo convierte en un socio más crítico para Moscú.

Al recurrir a China para mediar con los sauditas, Irán está tratando de escapar del aislamiento impuesto por Washington, y por extensión ayudando a posicionar a China en el Golfo Pérsico. E Israel encuentra que sus esperanzas de materializar una coalición anti-iraní con Arabia Saudita han sido fuertemente frustradas.

La visión de la Casa Blanca al respecto, es que Irán está sometida una presión real y sufre una profunda angustia económica debido a las sanciones estadounidenses, pero que eso no significa que China, uno de los signatarios del acuerdo nuclear original de 2015 inspirado por Obama, estaría de acuerdo en que Irán tenga armas nucleares. Pero eso está por verse, pues la geopolítica mundial está surtiendo cambios dramáticos e inesperados.

Al mismo tiempo, es desconcertante para muchos dirigentes políticos, analistas geopolíticos y periodistas estadounidenses, ver a China jugando un rol muy protagónico en una región después de haber sido la voz cantante en el Golfo Pérsico durante varias décadas.

Conclusiones puntuales:

1. La dinámica geopolítica mundial, regional y local está en plena ebullición en el siglo XXI. Ha traído sucesos asombrosos e impensables. Las autocracias han ganado importantes espacios en nombre de la necesaria multipolaridad.

2. La laxitud del gobierno Obama y la actitud arrogante de Trump frente a los teatros geopolíticos internacionales donde Estados Unidos ha tenido fuertes intereses, están pasando factura.

3. Se equivocaron los gobernantes del siglo XXI y sus secretarios de Estado en la Casa Blanca, para determinar los cursos de más probable adopción de parte de China, y este acuerdo inicial aunque sin probada eficiencia entre Irán y Arabia Saudita, auspiciado por el régimen de Xi Jingpin, la posicionan como un poderoso actor geopolítico en un escenario geoestratégico de suma importancia para la paz del planeta.

4. Si Hitler y Stalin pretendieron extender sus visiones totalitarias de Estado mediante la guerra total que incluía presión sicológica extrema a los adversarios en todos los campos del poder nacional, y se pensó que al terminar la segunda guerra mundial esa idea se desvanecería, en contrates es evidente, que la prospección geopolítica de las potencias en el siglo XXI incluye aspectos militares, diplomáticos, económicos, geoestratégicos, culturales, y sicológicos. Gana quien los aplique todos.

5. Aunque Ucrania y Taiwán fungen como los dos escenarios geopolíticos de mayores temores para que se pueda desatar una conflagración mayor, ni Europa ni Estados Unidos, ni sus aliados pueden dejar en segundo plano al Medio Oriente y Golfo Pérsico, regiones que por su riqueza y privilegiada posición geoestratégica podría ser la mecha que encienda un polvorín, máxime que China acaba de dar un contundente golpe sicológico y diplomático, cuya trascendencia depende de la habilidad de Riad y Teherán para desarrollar lo pactado en Pekín.

Todo lo anterior indica que el mundo necesita estrategas con visión de estadistas, geopolitólogos avezados y hábiles negociadores con mano firme y cabeza fría, porque el único requisito para que haya una tercera guerra mundial es que haya sucedido la segunda. Y esa ya ocurrió. Por mucho menos comenzaron las dos guerras anteriores.

* Autor de 40 libros de geopolítica, estrategia y defensa nacional. Consultor internacional.

www.luisvillamarin.com

 

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