Bien es sabido que los problemas críticos de la política, sea nacional o internacional, se originan en actos políticos correlacionados con liderazgos insuficientes, falta de proyectos a largo plazo, inadecuadas políticas de Estado, o poca claridad de los objetivos nacionales.
A la luz de los acontecimientos, tal parece ser la conjugación de vientos y lluvias huracanadas que configuran la tormenta política perfecta, a la que de manera creciente, ha llegado la ya casi insostenible situación geopolítica de Taiwán, iniciada por la administración Nixon en 1971, que ansiosa por torpedear la expansión del bloque comunista soviético, dejó de reconocer el régimen liberal creado por Chiang Kai Shek a finales de la década de 1940 en Taipei, como la verdadera República China y trasladar esa honrosa denominación a la hasta entonces paria, China de Mao Tse Tung, que ya poseía en su arsenal armas nucleares y que por tal razón era imprescindible aislarla de Moscú.
De aquel momento hacia adelante, los hacedores de la política exterior de Estados Unidos, han conservado una dualidad geopolítica frente a Taiwán. No la reconocen como país independiente, sino como una floreciente democracia, a la que hay que apoyar con armas, tecnología, y desarrollo, pues allí si se respetan los derechos humanos, algo que no ocurre en China Continental comunista.
Existe una legislación estadounidense para sostener ese híbrido que desde luego no tiene validez internacional, y que además es poco apoyado por otros Estados. No porque los taiwaneses no lo merezcan, pues por el contrario deben ser independientes; sino porque la falta de claridad y la prolongación durante cinco décadas de esa figura no precisada en el derecho internacional, tenía que llegar a una crisis similar y quizás peor, a juzgar por lo que se vislumbra en el panorama geopolítico prospectivo.
Por ende, todo apunta a demostrar que fue innecesaria, la visita de la señora Pelosi a Taiwán, en el momento en que el mundo camina sobre el filo de la navaja ante la invasión rusa a Ucrania, se recrudece la guerra comercial entre Washington y Pekin, la economía del planeta está contraída por la pandemia, la hambruna parece extenderse debido a la criminal conducta de Putin en el Mar Negro para manipular la salida de granos y fertilizantes desde Ucrania al tercer mundo, y la doble moral de la política exterior china.
Por el contrario, Pekin aprovechó la sui generis situación, para cruzar con sus tropas y equipos militares, las hasta ahora críticas líneas rojas fronterizas de seguridad mutua con Taiwán. Lo más probable es que ya no se retire de allí y que de contera aumente la presencia y las maniobras militares desafiantes, hasta desencadenar una invasión de la isla, producto de alguna situación grave, que desde luego puede ser provocada por Xi Jing Pin.
Se dice y la Casa Blanca se apuró a aclarar que la señora Pelosi actuó motu propio. Monumental mentira similar a la de Trump cuando afirma que él no tuvo nada que ver con los vándalos que destruyeron parte del capitolio el 6 de enero de 2021.
Empero, por tratarse de una decisión tan delicada para la paz mundial, la seguridad del planeta y el futuro de Estados Unidos, es obvio que dos de las personas con mayor poder en este país, deben tomar caminos consensuados en aspectos tan sensibles.
Máxime que ambos militan en el mismo partido, y, que se aproximan las elecciones de noviembre de 2022, en las cuales podría estar en riesgo la continuidad de la mayoría de la bancada demócrata en las dos cámaras legislativas estadounidenses.
Además si se atan los hechos unos con otros. Todo encadena perfecto. La reciente visita de Biden a Arabia Saudita y a Israel para advertir a Rusia por medio de Irán y Siria, que la Casa Blanca es la dueña del balón y de la cancha de juego en el siempre convulso Medio Oriente y Golfo Pérsico; sumada a la abierta ayuda estadounidense a Ucrania, las advertencias a Sebia (pro-rusa) en el problema fronterizo con Kosovo, y ahora la visita de la señora Pelosi, más mediática y ruidosa que de cooperación, son hechos que indicarían que por manipular al electorado para inducirlo a votar por quienes devolvieron a Estados Unidos la preminencia de potencia número uno en el planeta.
Como evidentemente se trata de un osado cálculo político de los estrategas del partido demócrata para atornillarse en el poder, los republicanos que no superan la derrota en las pasadas elecciones, también aprovechan el suceso para hacer demagogia. Y por estar enfrascados en esos problemas personales, de grupo, de partido, de intereses sectarios o sectoriales, olvidan intencionalmente las graves consecuencias que estas erróneas decisiones pueden traer para las vidas y los futuros de millones de personas en el planeta que serían afectadas por una conflagración bélica impredecible.
En síntesis, es necesario e impostergable el apoyo de Estados Unidos a Taiwán, para que se reconozca como república independiente, por parte de la comunidad internacional, pero para eso no se requería imprudente viaje de Nancy Pelosi a la isla, que por su naturaleza y alcance no se trató de una pataleta de la omnisapiente, omnisciente, omnipresente y omnipotente parlamentaria demócrata, sino de una osada y preconcertada acción propagandística política interna de su partido, arriesgando la paz y la estabilidad mundial, en medio de la peor crisis social, política, económica, sanitaria y de identidad que ha tenido el planeta después de la Segunda Guerra Mundial.
Con la circunstancia agravante, que al finalizar la imprudente visita de la señora Pelosi a Taiwán, China se salió con la suya, colocó tropas alrededor de la isla no comunista, y venció el mito de que no cruzaría esas líneas rojas por temor a la reacción de Washington.
Y si a esto se suma la más reciente declaración de la OTAN que describe a China como la mayor amenaza contra la libertad y la paz en el planeta, podríamos estar escenificando los pasos previos de una inevitable confrontación mundial. A menos, que la siempre escasa sensatez obre algún milagro.
Por mucho menos comenzaron dos guerras en el siglo pasado.
Teniente coronel Luis Alberto Villamarin Pulido
Autor de 40 libros sobre geopolítica, estrategia y defensa nacional