Después de la tempestad viene la calma. Así se infiere de la mediática y cuestionada campaña presidencial Biden vs.Trump en Estados Unidos. Luego de una prolongada acumulación de ofensas mutuas, verdades a medias, ingente propaganda y campañas del miedo, gestadas en ambas orillas, el presidente republicano en ejercicio Donald Trump, fue superado de manera contundente en las urnas, por el septuagenario candidato demócrata Joe Biden, declarado formalmente el ganador de la sui generis contienda electoral, en la primera potencia del mundo.
Producto de la estrategia del miedo, la publicidad obsesiva de las dos candidaturas llegó a Colombia, e igual que sucedió en otros países del hemisferio, se especuló de manera persistente, acerca de las bondades y errores de que ganara uno u otro, pero con visiones extremistas que alejan del debate civilizado, se centran en polarizaciones y producen especulaciones.
Para el caso particular de Colombia, talvez sea más importante pensar y actuar en que el gobierno nacional debe enviar como embajador a Estados Unidos, a un diplomático de carrera, con formación de estratega en temas de geopolítica, con habilidad para negociar, con sólidos conocimientos de derecho internacional y sobre todo con el carácter suficiente para negociar de Estado a Estado con la Casa Blanca, los apoyos y coordinaciones intergubernamentales, para combatir el terrorismo y el narcotráfico.
Poco ayuda en este propósito asumir conductas sumisas ante lo que diga Washington, escudándose en que el Tío Sam aporta recursos para el Plan Colombia y la erradicación de los cultivos ilícitos, o que el gobierno estadounidense asuma actitudes de jefe-subalterno como a menudo lo exteriorizó Trump amenazando recortes de apoyos financieros con base en resultados, sin que su gobierno haga esfuerzos más efectivos, para evitar el ingreso de muchas toneladas de alcaloides, o lo que es peor para combatir el consumo de narcóticos.
Respecto a Venezuela, cuya inestable situación social, política y económica incide en la cercanía del régimen de Maduro con las Farc, el Eln y los demás carteles de narcotraficantes, incrementa el número de desplazados por la miseria del desgobierno marxista del socialismo del siglo XXI, multiplica la delincuencia organizada, aumenta el contrabando, multiplica el flujo de mercados negros,e incentiva patrioterismos con amenazas de agredir a Colombia, para disimular la crisis.
Infortunadamente en Venezuela, la dirigencia política de la llamada oposición adscrita la derecha, está esperando que Estados Unidos invada militarmente el país, derroquen a Maduro y entreguen el poder a los opositores, que dicho sea de paso, ni están unidos alrededor de un objetivo superior, ni tienen planes estratégicos coherentes, ni se ponen de acuerdo entre ellos.
Como la solución del grave problema humanitario de Venezuela incide mucho en Colombia, se requiere que no solo el embajador ante la Casa Blanca, sino que los embajadores ante la ONU y la OEA, circundados por decenas de burócratas diplomáticos y consulares, trabajen de la mano con la Secretaría de Estado y con sus pares de todo el continente, para forzar soluciones basadas en la democracia, la libertad, la justicia y el bloqueo total a la sempiterna corrupción, causa y razón del ascenso del chavismo y del penoso viacrucis que hoy padece la patria de Bolívar.
Estos aspectos son los que nuestros cuerpos diplomáticos acreditados en Estados Unidos tendrán que tratar con el señor Biden y los organismos multilaterales. La solución a estos problemas es mucho más profunda que las discusiones bizantinas derivadas de la estrategia del miedo, que ambas campañas inculcaron entre sus electores y extendieron a todo el hemisferio.