Por Luis Alberto Villamarín Pulido*
Al cabo de tres semanas de permanencia por segunda vez como principal inquilino de la Casa Blanca, y en aparente luna de miel con sus fanatizados seguidores, el trumpismo comienza a fisurarse, aunque tal vez, imperceptiblemente por ahora para su propagandista arrogancia doméstica, pero cada día menos creíble y efectivo en el exterior donde se ha afincado el poderío geopolítico estadounidense durante más de un siglo.
Hasta el día de hoy Trump parecería no haberse posesionado del cargo político más importante del planeta, sino que de manera extraña, incomprensible y hasta irresponsable continúa en campaña política, encaminada a vender la imagen de un autócrata, improvisador de decisiones radicales, que pasa por encima de todo y de todos; arbitrario, todopoderoso, y con evidentes ansias se arrodillar la contraparte, para que le suplique clemencia, momento en que él y sus avarientos coequiperos ceden, pero con amenazas implícitas.
Riesgoso juego de pésimas concepciones política interna, diplomacia externa y geopolítica global.
Sin duda Trump, y algunos de sus halcones tienen razón en puntos de vista, acerca de errores y caminos equivocados de la Casa Blanca.
Pero también es cierto que ningún ejército puede gastar todo el arsenal durante el primer combate, ni comprometerse en batallas decisivas que no son.
O lo que es más grave, actuar como el pastorcito mentiroso anunciando la llegada del lobo, pues cuando sea cierto puede ser tarde.
Infortunada y es cierto, que la política exterior de Estados Unidos acumulada durante muchos años incluido el primer periodo de Trump (2017-2021), ha sido connivente con la corrupción oficial de gobernantes, Ongs y dirigentes políticos de países receptores de raudales de dólares enviados desde Washington para ayudas humanitarias, proyectos de desarrollo, procesos de incompleta paz, operaciones de inteligencia etc., casi siempre sin más auditoría que la publicidad de las embajadas yanquis reiterando su "compromiso" por el éxito.
En ese escenario la política exterior estadounidense ha afianzado lealtades por conveniencia y odios articulados por sus enemigos naturales.
Algún día, esa colección de ollas a presión iniciaría a explotar. Por coincidencia del destino, correspondió a Trump 2.0, cuya lectura respuesta de la innegable crisis, no ha sido la adecuada.
La diplomacia coercitiva, salpicada de arbitrariedad e improvisación y de remate dirigida por un presidente ególatra, y conducida por un activista de derecha son razonamientos realistas del entorno en que debe navegar la política exterior de Estados Unidos, de remate con ansias ilimitadas de poder y mentalidad de emperador caribeño en la Secretaria de Estado, podrían hacer que las explosiones sucesivas de más ollas de presión a las que no se les reduzca la elevada temperatura actual, revienten las hasta ahora imperceptibles pero existentes fisuras del estilo de gobierno Trump segundo capítulo.
A ese ritmo, no es descabellado predecir que por no terminar la campaña política activista polarizada y jugar con la candela de las amenazas, letales para la Casa Blanca y quienes han sido sus socios, este pintoresco capítulo de gobierno dentro de la gran potencia, podría ser el rápido inicio de su salida tormentosa del poder.
Grave sería eso, en medio de tensiones premonitorias de una guerra mundial, de fuertes contracciones económicas en el mundo, cientos de conflictos focales, incompetencia manifiesta de organismos multilaterales y carencia probada de líderes estrategas en el planeta.
Sintesis: Trump debe poner fin a su populismo amenazante, empezar a gobernar seriamente, tomar decisiones firmes respaldadas con diplomacia y democracia para corregir errores detectados, que no se resuelven ni con amenazas ni con arrogantes reculadas...
Por el bien y la paz de millones de habitantes del planeta.
* Autor de 40 libros de Geopolítica, estrategia y seguridad nacional