Al cumplirse 212 años del grito de independencia suscitado en la fría Santafé, con ocasión de la visita del comisionado regio Antonio Villavicencio, Colombia celebra la fecha patria, en medio de la turbulencia política y las prevenciones válidas en torno a lo que podría ser un desastre económico y organizacional, durante el cuatrienio venidero de Gustavo Petro.
Infortunadamente la polarización que el pintoresco personaje izquierdista ha despertado entre los colombianos, ni es nueva ni será la última en la accidentada y convulsa dinámica política del país desde antes de su nacimiento como república.
De lo anecdótico del premeditado cálculo para solicitar al “chapetón” González Llorente el préstamo de un florero para adornar una mesa de recepción protocolaria al delegado de la corona española que venía a apaciguar ánimos disidentes y buscar más impuestos para financiar la guerra en la península contra Napoleón Bonaparte, al evidente complot que habían instaurado en la sombra varios criollos e intelectuales de la época, hay un trecho que no se ha analizado con profundidad en la etiología de nuestras permanentes y sucesivas violencias.
Se conspiraba en tertulias caseras al calor de las onces o de la merienda en frías noches bogotanas o tunjanas, en salas elegantes del centro de Cali o en las haciendas azucareras, en las casas solariegas la ciudad amurallada en Cartagena de Indias, o en las residencias de los más pudientes en Cúcuta.
Así mismo se conspiraba en los seminarios y monasterios, en los centros de estudios, en las universidades, etc. Pero las opiniones acerca de como construir la nueva nacionalidad ya estaban divididas. Los federalistas que ya se veían alineados con el pro-realista Camilo Torres querían gobiernos regionales pero no renunciaban al vasallaje impuesto por la Casa Borbón desde la lejana y enigmática Madrid.
Los centralistas visualizados por Antonio Nariño, quien estaba preso en ese momento por conspirar con la publicación de los derechos del hombre y como consecuencia del nunca aclarado episodio del manejo que años antes dio a la hacienda pública en Santafé como funcionario de la corona española, quería una independencia de la monarquía borbona, pero sin renunciar a los privilegios de alcurnia que el nivel cultural daba a los de su origen, el poder económico y las clases sociales que sus antepasados se encargaron de estructurar.
Por su parte, el chispero José María Carbonell encarnaba al caudillo pleno de ilusiones transformadoras integrales y de sueños de igualdad total entre todos los granadinos, sin importar su origen, raza, o nivel socio-económico.
Pese a que sus puntos de vista políticos chocaban con los de la alcurnia que odiaba a los españoles porque no les permitían el poder, pero no compartían la avezada posición de Carbonell, quiso la historia que fuera este hombre, el verdadero artífice de la revuelta popular, que produjo la ruptura del vasallaje hacia la coronal española y el nacimiento de la república; suceso político, que en ese momento era incipiente, se materializó nueve años más tarde en el puente sobre el río Teatinos al sur de Tunja, en la gloriosa gesta de armas, conocida como la batalla de Boyacá del 7 de agosto de 1819.
De ahí en adelante y como evidencia de las primeras confrontaciones partidistas conocidas como la guerra entre centralistas y federalistas o “pateadores contra carracos”, la construcción política de nuestra nacionalidad ha sido inestable, llena de altibajos, plagada de confrontaciones banderizas, sin posibilidad de construir una nacionalidad que nos identifique a todos, y colmada de guerras civiles, violencias políticas, laxitud y debilidad de la justicia, amnistías, indultos, constituciones, caudillos salvadores, etc.
Así hemos completado 212 años de historia con la infortunada consecuencia, que aún no hemos hallado el camino trazado por un verdadero partido político, que dirigido por personas con talante y talento, enrumbe al país por senderos de desarrollo, paz y progreso, tres aspectos que en contraste, solo han servido para justificar oportunismos, populismos y asistencialismo.
Las cifras económicas de 2022, indican que el país sigue sumido en la carencia de estructuras productivas, colmado de abogados y filológos, barnizado hasta los tuétanos de legalismos y tecnicismos burocráticos, manipulado por populismos y con niveles de bajeza política aterradores, compadres todos de la interminable corrupción en el manejo de los asuntos públicos.
Al extremo que apenas hace un mes, el país asistió a la votación de segunda vuelta presidencial, para forzosamente escoger entre un personaje con serios indicios de problemas siquiátricos seniles y un terrorista que dejó las armas homicidas de su grupo M-19, pero que no ha renunciado a su mentalidad comunista retrógrada, ni a su vehemente deseo de confrontación permanente para incendiar espíritus y promoverse como la auto presentación de una amañada necesidad de eternizarlo y sostenerlo por lustros en el poder, ya que el “es el pueblo” y por eso visualiza otra asamblea constituyente, para regresar a más de lo mismo, que nos ha tenido en el subdesarrollo.
Y para mayor desgracia, entre dos candidatos que ni fu ni fa, la ignorancia política de millones de colombianos que a duras penas escuchan noticias, escogió la peor de las ya, dos pésimas opciones.
Ante esa realidad, al cumplirse 212 años de la ruptura de la Nueva Granada con el régimen colonial español, se podría decir que hemos avanzado un largo trecho de más de dos siglos de experimentación, pero que también ya es hora de que las mentes más lucidas de Colombia, conciten una construcción estratégica basada en le desarrollo, la iniciativa privada, la democracia participativa, la investigación científica, la tecnología y la educación colectiva para el liderazgo.
El propio pueblo colombiano lo expresó en las urnas el pasado 19 de junio. No más politiqueros y demagogos tradicionales, ni comunistas armados o desarmados. Las sentidas necesidades de los colombianos no se resuelven con asistencialismos ni con anuncios populistas anticorrupción. Se resuelven con programas políticos serios y estructurados alrededor de objetivos nacionales, políticas de estado, y macroproyectos.
Un vistazo sobre la caótica situación que sigue padeciendo Colombia, infiere que los responsables del caos son quienes ahora se alían con Petro o prometen “oposiciones reflexivas”, sin otro interés que seguir pelechando de las mieles del poder y desde luego quitárselas en cuatro años al demagogo y populista exintegrante del grupo narcoterrorista M-19. No para reencauzar el rumbo del país, sino para sus propios beneficios.
Síntesis: Urge la necesidad de crear cuanto antes un verdadero partido político, que sin aires mesiánicos ni mensajes populistas, diseñe el plan estratégico y construya estructuras sólidas a largo plazo. De lo contrario diremos que los 212 años transcurridos desde el 20 de julio de 1810 hasta hoy, han sido perdidos y que las conspiraciones que llevaron a aquella ruptura de modelo de gobierno colonial, pervivirán como parte nefasta de nuestra cultura o incultura política.
Teniente coronel Luis Alberto Villamarin Pulido
Autor de 40 libros de geopolítica,estrategia y defensa nacional