Declaración ante el Consejo de Guerra Verbal del coronel Diógenes Gil, responsable del intento de golpe de Estado en julio de 1944

Publicado: 2021-11-15   Clicks: 2136

    El 10 de julio de 1944, la ciudad de Pasto ubicada al surocidente de Colombia, fue escenario de una irrupción irrgeular de la institucionalidad, cuando con ocasión de la realización de unas maniobras militares para verificar el grado de alistamiento del Ejército Nacional para garantizar nuestra soberanía y defensa terrestre, un grupo de oficiales de las guarniciones de esa región se levantaron e intentaron un conato de goipe de Estado, sin ninguna planeación ni objetivos claros.

     Once días después el coronel Diógenes Gil, comandante de la Séptima Brigada, unidad encargada de realizar el ejercicio táctico, estaba sentado ante un consejo de guerra realizado en las instalaciones de la Brigada de Institutos Militares en el Cantón Norte de Bogotá.

      El desorden y lo aventurado del intento de golpe de Estado contra el presidente Alfonso López Pumarejo, es un importante suceso de la vida politica y de la historia militar colombianaa, que no ha sido decantado en su dimension y que por su naturaleza, debería ser analizado en las aulas militares y los cursos de asimilación en temas de defensa nacional que realizan profesionales civiles de diversas especialidades.

      Las respuestas del coronel Gil ante el funcioanrio de instrucción del Consejo de Guerra Verbal adelantado en su contra, articulan una pieza de gran valor histórico y académico que debe ser estudiado con profundidad analítica.

   Esta es la transcripción de la declaración del coronel Gil Mojica:

      En Bogotá a 21 de julio de 1944, se hizo comparecer ante el consejo de guerra verbal al señor coronel Diógenes Gil, con el fin de rendir indagatoria. ―asistido por su apoderado y libre de presión y apremio y juramento, se le interrogó de la siguiente manera:

Diga usted su nombre y apellido, edad, el lugar de su nacimiento, su estado profesión u oficio, me ha sido condenado y por qué delitos. ―Contestado ―Diógenes Gil, 44 años, nacido en Ten, Llano de Casanare, casado, oficial del ejército, no he sido condenado en ninguna ocasión.

Preguntado ―¿Sabe usted, o presume por qué se halla detenido y se le llama a rendir declaración indagatoria?

Contestado ―Creo que se trata de los sucesos de Pasto.

Preguntado ―¿Ya que usted dice que presume se trate de los sucesos de Pasto, quiere expresar, a qué hechos concretos se refiere?

―Contestado ―A la rebelión hecha en Pasto, cuyo resultado fue el apresamiento del doctor López, presidente de la república

Preguntado ―¿Sabe usted o presume quién o quiénes son autores, cómplices, auxiliadores, o encubridores de esta rebelión?

―Contestado ―Sí, se de algunos que todo el mundo.

Preguntado ―¿Quiere usted decir los nombres de las personas a quiénes se refiere en la respuesta anterior?

―Contestado ―Puedo dar el nombre del teniente coronel Luis Agudelo, quién en la mañana del 10 de julio a las 05:30 me comunicó que había cumplido ese hecho. No conozco, que otras personas le hubieran acompañado, pero parece que fueron otros dos oficiales. Me refiero a la prisión de señor presidente de la república.

Preguntado sírvase decir que órdenes concretas impartió usted al señor teniente coronel Luis Agudelo, en relación con el movimiento subversivo de Pasto y del apresamiento de señor presidente de la república

―Contestado ―Ninguna orden concreta y por el contrario la prohibición y perentoria dictada a este oficial desde mi alojamiento donde me encontraba enfermo, a las 03:30 de la mañana en la cual le prohibía terminantemente el hecho que me propuso; ante su insistencia y en vista de circunstancias que explicaré ulteriormente, apelé a sus condiciones de compañero y amigo para casi suplicarle, no hiciera esa locura; lo invité afanosamente para que se sentase en mi cama, diciéndole:

 “Mira Agudelo: Te suplico que te sientes en la cama, reflexiones cinco o diez minutos, me permitas serenar mi espíritu, para comentar este gravísimo problema. Agudelo accedió y nuevamente le hice múltiples, repetidos y encarecidos ruegos (para que) no intentará semejante cosa.

La situación de mi salud y especialmente mi voz, más debilitada que en este momento y todas las circunstancias angustiosas que viví en esos días, me tenían espiritualmente deprimido. Ante mi actitud el coronel Agudelo aceptó no hacer nada y me dijo: “Voy al batallón Hernández a hablar con el mayor Figueroa”.

Entonces yo le volví a preguntar, o a pedir que regresara con la confirmación de que no haría nada y él me prometió regresar. Sobre este hecho, yo deseo que se efectúe un careo con Agudelo para comprobar la velocidad de lo que digo.

Preguntado ―¿Quiere usted hacer una relación de todo o parte de lo sucedido en la ciudad de Pasto el día 10 de julio.

―Contestado ―Deseo señalar varios hechos salientes sobre las circunstancias que me dieron alrededor del problema que nos ocupa. El primero es el espíritu, la moral y la disciplina con que llegaron los reservistas de los batallones Boyacá y Hernández. Nunca en mi vida militar he visto agrupaciones de ciudadanos, ni mucho menos de militares con tan aviesas condiciones y dañinas tendencias.

El mismo día primero de julio en que se principió la incorporación y después de haber dictado todas las medidas para que esté acto se desarrollará ordenadamente, ese mismo día casi fui víctima de un linchamiento por parte de los reservistas borrachos y altaneros en uno de los pabellones del cuartel del batallón Boyacá, debido a que quise imponer un poco drásticamente la disciplina.

Debido a algunos de ellos, pude sustraerme a sus ataques, pero debo declarar que no entendía, ni podré entender jamás, como una masa de hombres de esa clase con una unidad alarmante de desventajas, podrá constituir reservas militares de ningún Ejército. Yo no conocía el departamento de Nariño y su población, pero realmente algo influía para que todos estos ciudadanos procedieran en forma tan soez y desatenta.

Todos los oficiales de la guarnición y las demás autoridades y la ciudadanía, saben y sufrieron esta situación que no requiere de pruebas en ningún momento. Realmente se preguntará como un comandante militar frente a estos hechos, no toma alguna actitud que lo resuelva.

Mi actitud en un caso de estos ha debido ser, la de solicitar del Ministerio de Guerra la suspensión de la incorporación definitivamente. Sin embargo, yo no podía frente a este hecho, resignarme retroceder por el hecho de que se juzgara arriba o se atribuyese tal medida a incapacidad mía y no lo que realmente era.

Por eso, resolví persistir y duplicar mi actividad y la de los oficiales para ver la forma de contrarrestar tal situación. El segundo hecho es que en esas circunstancias y aún en circunstancias normales, la formación o encuadramiento de unidades de reserva, pero de cuadros de oficiales y suboficiales resulta una empresa imposible y gravemente peligrosa. En el caso que nos ocupa, el batallón Hernández, especialmente, era una masa de 700 hombres, más o menos, dónde los únicos elementos de activo eran cuatro o cinco oficiales.

Ya se comprenderá con las condiciones de la tropa que he mencionado, con medios improvisados y con una poderosa tarea para una maniobra de gran alcance, lo que podría ser aquella unidad desde cualquier punto que se le considerase.

Anoto concretamente qué el funcionamiento de la disciplina requiere un elemento preparado y en el caso actual los cuerpos y en especial el batallón Hernández, no podían considerarse ni manejarse a la luz de las normas generales de la institución armada. Me encontraba entonces en mi situación de comandante en el más grave caso de desconfianza en mis tropas.

Un hecho no más servirá para entender esta situación. Uno o dos días antes, era día de descanso. Cómo puede suponerse la brigada (bajo mi mando) no podría disfrutarlo debido a los preparativos de la maniobra, entonces no sé autorizó la salida. Cuando la tropa supo esto, formó una gritería espantosa que la oí desde el casino de oficiales.

El comandante del batallón salió precipitadamente a contenerla, y, dándome cuenta del peligro de una asonada, le ordené al coronel Bejarano comandante de la Escuela de Motorización reunir su tropa del interior, preparar sus armas para defender a los oficiales y a ellos mismos si era el caso.

La tropa de motorización con gran prontitud y entusiasmo, formó alrededor del coronel Bejarano y estuvo lista para contener la agresión que yo esperaba, cuando los reservistas se vieran compelidos a regresar a su alojamiento.

Están, pues, relatados dos hechos. Sin que pudiera comprobarlo, alcancé a apreciar ciertas manifestaciones de conexión entre dirigentes políticos y algunos oficiales subalternos, que nada tendría de raro qué las tropas hubieran sido soliviantadas con fines especiales. Me baso para decir esto, en cierto alejamiento que noté en algunos oficiales y ciertas actividades que no pudieron escapar a mi apreciación, no obstante, el cúmulo de tareas que tuve.

Otro hecho es el siguiente: repentinamente supe de la llegada del doctor López y de sus deseos de presenciar las maniobras. Mi primera impresión ante el aviso de llegada del doctor López puedo dividirla en dos partes: una gran satisfacción de poder mostrar un ejercicio interesante, pues así me lo había recomendado de manera insistente el coronel Londoño, y pienso que el problema propuesto era de gran interés.

La segunda parte de esa impresión, fue el temor de que algo grave ocurriera con el jefe del Estado, dado el ambiente tan marcadamente hostil al gobierno, a los Estados Unidos y a todo que fuera orden. Personalmente marché a encontrar al doctor López y quise manifestarle mi deseo de que regresara a Túquerres.

Desgraciadamente la hora de la llegada, el número de acompañantes, y las mismas condiciones físicas mías que no me permitían hablar, me impidieron intentarlo siquiera. Por otra parte, conozco las salidas de los políticos, qué muy bien hubiera podido el doctor López contestarme: “Coronel, usted sí qué es miedoso”.

Ante esta perspectiva no dice nada y me limité a acompañarlo al hotel Niza y dar las órdenes para una vigilancia más fuerte que lo normal, y comentar con el coronel Julio Londoño acerca de las medidas que la prudencia aconsejara para evitar cualquier hecho peligroso.

Efectivamente el desarrollo del programa de recepción, escrito por mí personalmente, en compañía de los señores secretarios de la gobernación de Nariño y aceptado por ellos, no pudo cumplirse ante la actitud verdaderamente inusitada de los militares y aún de los civiles.

El mismo presidente y el gobernador Montenegro, tuvieron la apreciación. Hasta aquí los tres hechos que yo estimo indispensable conocer para la completa explicación de lo ocurrido el 10 de julio. Como lo dije anteriormente, el coronel Luis Agudelo, comandante del batallón Hernández, intervino en los hechos que relato en una de las preguntas anteriores en mi pieza de habitación. Para ampliar aún más la intervención de este oficial en las circunstancias anotadas, quiero fijar inequívocamente de qué se trata, Agudelo me despierta a las 03:30 de la mañana horas después de preparado un ambiente como el que acabo de relatar anteriormente con la llegada del presidente, en el cual la ciudad realmente era una zambra completa, sin necesidad de entrar en explicaciones de detalles.

El coronel entró a mi pieza y me dijo: " mi coronel buenos días: levántese porque nos vamos”. "Nos vamos ¿a qué? le respondí. "a amarrar a López me contestó” y a continuación vino la sucesión de hechos que relaten anteriormente.

 Como lo dije antes, Agudelo salió de mi pieza con la promesa formal y categórica de que cualquier cosa que se hubiera pensado en ese sentido, no se haría. Ahora, ¿qué pasó con el coronel Agudelo? y la contestación de esto, fue lo que él me dijo más tarde que había ocurrido.

Efectivamente, Agudelo salió a mí entender con el ánimo de respetar su compromiso conmigo; llegó donde el mayor Figueroa, quién al decir de Agudelo, sin órdenes ni autorizaciones de él, ni mías, y antes bien contrariando órdenes de Agudelo y mías, había levantado la tropa, repartido armamento, pero lo más grave, distribuido la munición de guerra.

A continuación, yo esperé en mi alojamiento el regreso de Agudelo, me levanté no obstante la prohibición del médico debido a mi estado de salud, y cuando me preparaba a salir, encontré que un centinela del batallón Hernández, me echaba a la espalda. Momento seguido llegó al hall del edificio frente a mi pieza un teniente Cuéllar, no sé el nombre, de la misma unidad, quién le dijo al centinela: "El coronel es el único que puede salir, conózcalo y mírele la cara”. Pregunté al teniente Cuéllar, el porqué de esas medidas.

Con ánimo brusco y me dijo: "Tengo orden de poner centinelas a todos los oficiales en las instalaciones de la normal. Había que ver el ánimo de los soldados que con dificultad aceptaron del teniente, el que yo era el coronel y que podía transitar.

Pasados unos momentos entré a la pieza del coronel Moya Tovar, lo desperté, cerré la puerta y viendo su cara espantada le dije: "Oye Mora, siéntate y escúchame lo que te voy a decir: El batallón Hernández se ha rebelado y todo el edificio está con centinelas. No te afanes, vístete y espera"

 A continuación, fui despertando uno a uno de los oficiales en la misma forma y no en la forma en que parece sea dicho según entiendo. De aquí en adelante, la situación cambia de aspecto.

Como lo dije anteriormente a las 05:30 de la mañana más o menos, el coronel Agudelo, de regreso a la normal, y delante del capitán Amaranto Flórez, me dice: “Mi coronel acabo de amarrar al presidente López, tomé usted las riendas del Estado o las tomo yo”.

El capitán Flórez hace parte del movimiento. A continuación, el capitán expresó su conformidad con esta aseveración. Antes de continuar, deseo expresar mi proceder. Me encontraba yo frente a un hecho cumplido:

Preso el presidente en el hotel Niza; llevado a cabo este hecho por oficiales que yo estimaba, poseídos de una gran pasión, rodeado el hotel por un batallón integrado por tropas de la calidad que dejó anotada; realizado el hecho por un oficial cuyas capacidades no estimo de gran alcance y con la perspectiva de la gran tragedia que veía venir con la consecuencia de todos estos factores.

En estas condiciones yo he podido tomar una de las tres determinaciones siguientes:

Primera: ―negarme y someter al oficial, consecuencia lógica y natural de que hubiera sido víctima de su ataque.

Segunda: ―Mantenerme pasivamente ante el hecho y resignándome a que se me amarrase.

Y tercera, aceptar la conducción del hecho como efectivamente lo hice. ―se preguntará usted por la tercera alternativa.

―Vi muy claramente que si mi intervención no hubiera sido esa, la vida del jefe del Estado corría un peligro inminente. Agudelo no era hombre ni por su cabeza, ni por su prestigio y su equilibrio en esa circunstancia, capaz para controlar la situación creada. Creo que ningún otro oficial lo hubiera podido hacer.

Frente a la tragedia, creí de mi deber tomar un camino, que no por censurable fuera el más efectivo, dadas las circunstancias, pues si tomo el primero o el segundo, salvo sin duda mi posición personal, pero no salvó la vida del jefe del estado ni contrarresto una hecatombe, cuyas proyecciones me eran imprevisibles.

Esta es la explicación de por qué, aun mediando las circunstancias que anoté anteriormente, resolví con ánimo seguro y sin vacilación escoger el camino que me acarrearía gran responsabilidad, pero qué le evitaría al país mal es más grave que mi suerte personal. De ahí en adelante, el movimiento fue conducido por mí, sin la menor restricción ni duda.

Todas las órdenes, todas las medidas, los defectos y cualesquiera otra cosa, son de mi responsabilidad. Anoto, para satisfacción personal, el hecho de que se esperaba con muchos fundamentos, como una revuelta de la peor especie, y de los más graves resultados bajo mi dirección fue un acto ordenado, excesivamente ordenado, dentro de la irregularidad que constituye en sí. En efecto, oficiales y tropa, trocaron su género de vida, sus usos habituales, el espíritu de su disciplina. Obedecían con una prontitud y un respaldo admirables.

No puede mencionarse que yo sepa, un solo abuso, tanto de los oficiales o de las tropas que se hubiera cumplido durante este tiempo.  La vida de la ciudad y el funcionamiento militar, fueron completos. El mismo coronel Julio Londoño, el día anterior me anotara los graves delitos dijo:  “No puedo comprender como pasado el acto de fuerza la disciplina de las tropas y su actitud ha variado fundamentalmente”.  

Esto es lo que yo perseguía y fue lo que se logró de manera cabal.  ¿Qué sigue de ahí en adelante?, ¿cuál fue mi preocupación personal?... Antes de explicar lo que yo sentí lo que perseguí y lo que quise, debo hacer una aclaración anterior. 

Para mí no era una novedad, y antes bien, lo conocía suficientemente, qué en el Ejército existía la inquietud, las bases, los deseos de un movimiento militar, más aún, a mí se me propuso en condiciones bastante comprometedoras.

Yo sin embargo, qué he estado acostumbrado esto en el ejército como una enfermedad endémica, le di una relativa importancia.  También es cierto qué bastantes días antes de los hechos a que me refiero, encontré y aprecié que la cosa tomaba una mayor formalidad.

En efecto el coronel Agudelo en días anteriores, y advierto que el referido coronel lo mismo que el mayor Figueroa, no ocultaban que su preocupación central era tratar de ganar mi voluntad para estos hechos.

Recuerdo también que en medio de los trabajos afanosos para llevar a cabo la maniobra, día a día espiaban mis impresiones personales, y no perdían ocasión de estar incitándome en una otra forma, para darle forma y realización a esto que ellos juzgaban posible, realizable y conveniente.  Tentaban mi orgullo militar en ese sentido en forma que yo no logré sustraerme totalmente.

Sabía porque ellos me lo dijeron sin disfraces, que una actitud vacilante de mi parte, no obstaría para que ellos fueran adelante. 

Esta es la razón por la cual yo empleé más bien medios de persuasión para impedirlo.  Recuerdo mucho que un día el coronel Agudelo me mostró un telegrama de algún oficial de otra guarnición que decía: "Coronel―Pasto sigo un poco mejor. La cabeza un poco adolorida". Este telegrama, según explicación del mismo Agudelo, significaba que las cosas del movimiento en esa guarnición iban bien, pero que el jefe estaba muy vacilante. Comentando este telegrama se reía al apreciar la calidad de hombre que era el comandante consideraba adolorido.

A continuación, y después de haber creído dar una explicación clara de los antecedentes, que personalmente tenía del movimiento en mención, deseo continuar explicando lo que quiso y realice en desarrollo de mi puesto frente al movimiento. Debo declarar categóricamente, qué estimé el hecho producido como el más grave error tanto por la forma, como fue cumplido como por las circunstancias que se oponían a su éxito desde el primer momento cómo lo dije anteriormente, convencido de su fracaso y estimulado solo por evitar la catástrofe y en especial la muerte del presidente. 

No hay duda que ni yo ni nadie se va tranquilamente al suicidio. Esperé que una vez tomada la actitud que tomé, tuviera éxito.  Dije anteriormente que explicaría que perseguía o que quería al hacerme como me dice, o mejor como me precipitó la suerte hacerlo jefe del movimiento.  Mi temperamento de oficial que puede estimarse como un defecto o una condición, me hace que frente a los grandes problemas no vacilé en echarme sobre mí toda la responsabilidad.  Recuerdo mucho que un proceso pasado con motivo del conflicto con el Perú la primera cosa que dice ante el jurado fue toda la responsabilidad que pueda caber en la sorpresa de Calderón es mía.

 Esto debo anotarlo, para explicar como un oficial presionado por circunstancias que mencionaba al detalle, qué no quiero ocultar ninguna y antes bien, qué deseo total y absoluto conocimiento pueda habiendo tenido caminos para tomar mucho más eficaces para su carrera y para su vida misma haya hombre, que para su carrera y su vida misma haya optado por tomar el más arduo, el más incierto más seguro fracaso. 

Desgraciada o afortunadamente los militares estamos educados en una escuela que produce actos como el que a mí me ocurrió; y, yo pienso para mí que conviene mejor al país, estimular ese espíritu entre sus comandantes, que enseñarles la manera de salvar el pellejo a todo costo. Cumplido el hecho y en acción todas las circunstancias que acabo de anotar, mi primera preocupación fue la seguridad del presidente: 

En efecto haciendo uso de la amistad con una familia de Pasto, ordené conducirlo con una fuerte de guardia a la hacienda de Consacá, después de haber asegurado como efectivamente se hizo las máximas condiciones de seguridad, comodidad y bienestar que me fueron posibles.   

A los dueños de la finca les prometí y casi les impuse obligaciones en ese sentido. que ellos cumplieron con gran entusiasmo.  mis esfuerzos para lograr la seguridad y el bienestar del presidente y su comitiva, no son ignorados por nadie. 

El mismo presidente en nuestro encuentro en Yacuanquer. lo primero que dijo al estrecharme la mano muy amistosamente delante del coronel Pinzón, del capitán Navas Pardo y de su hijo Fernando fue:

"Le quedó muy agradecido por las gentilezas que usted ha tenido tanto por nuestra seguridad, como por la forma en qué nos han atendido en Consacá".

La correspondencia del presidente con su señora, me era envida a mi directamente y creo haber cumplido con remitirla a su destino escrupulosamente. Ya he dicho que el orden y la regularidad fueron completos en la ciudad de Pasto, se dictaron medidas de orden público de control de transportes de los bancos y en general medidas de gobierno, para garantizar los derechos de las personas y de las propiedades.

Respecto a los oficiales presentes en la guarnición debo de decir lo siguiente: Estaban divididos en dos grupos los que abiertamente conducía no cooperaban al movimiento y los que por fuerza derecho mismo se adhirieron a él, no sé si por miedo o por participar de él espontáneamente.

Debo recordar que una vez que fueron despertados por mí en la forma que lo hice, sin intimidación y sin arbitrariedad de ninguna clase lo reuní en el casino de oficiales, junto con el coronel Agudelo.  Inmediatamente le di la palabra al coronel, quién dijo: "Les manifiesto señores que mañana ha quedado apresado el presidente de la república"

A continuación, y no hay que perder de vista que al mando total había sido tomado por mí, les expuse la situación, los peligros y mis propósitos personales sin ocultaciones y con una gran decisión de la cual no me arrepiento. 

Manifesté además que el oficial que no deseara intervenir, podría hacerlo sin que temiera ninguna represalia. Ante esta propuesta mía creo que dos o tres oficiales manifestaron que deseaban participar. 

Solamente uno de ellos lo dijo resueltamente, los demás lo hicieron condicionalmente. Me doy cuenta clara de la posición difícil para estos oficiales. No quiero hacer la menor inculpación al respecto y aún alcanzó a pensar que la mayoría de ellos, no tiene la menor responsabilidad.  Faltó sí, más entereza de carácter y esto lo anoto como una gran anomalía.  No era complicado ni arriesgado por ningún concepto decir sencillamente "mi coronel no entramos".

Prefirieron decir que sí, sin obligárseles y posteriormente algunos de ellos tomaron actitud pasiva e inerte, de gran perjuicio para más tarde ―¡quien lo creyera!―  decir que ellos habían sido los salvadores de la situación, con todo el cortejo de honores retratos y seguridades para el futuro. En definitiva, no hago ninguna inculpación porque no es necesario ni conveniente, y si lo menciono, es solo para evitar se tuerza el criterio de los jueces. 

Lo que ocurrió a continuación en esto que podríamos llamar el desarrollo de las operaciones, fue lo siguiente. Realmente parece que existían compromisos que no me consta entre los comandantes o algunos oficiales de las guarniciones de Ipiales Túquerres y otros con oficiales de la guarnición de Pasto, respecto a compromisos un poco vagos con las guarniciones de Cali y Popayán si los conocí personalmente y conozco también de algunos papeles escritos al respecto en días y ocasiones distintas.

 Es conocido de todo el mundo que las guarniciones de Ipiales y Túquerres, no se sumaron al movimiento. No sé si otras guarniciones hayan procedido en igual forma o que hayan hecho.  Apenas sé que de resultas de este hecho, en el país perdió la vida un alto oficial en Bucaramanga.  Esto lo sé porque oí un discurso en un radio que operaba fuertemente, no por mis propios oídos.

Me es totalmente ajeno cualquier compromiso, plan o algo que se le parezca con otras guarniciones. Al decir plan, claro que descarto el conocimiento que tengo de algunos papeluchos que se hicieron en distintas ocasiones por distintos oficiales, pero un plan para coordinar la acción de varias guarniciones no existió nunca.

Que, si hubiese existido, era lógico que el encargado de cumplirlo en Pasto debería haber obrado en consecuencia y voy a expresar el por qué mis actos anteriores al movimiento, son una negación elemental del movimiento mismo.

En efecto, para la Escuela de Motorización, elemento quizás el más valioso para un hecho de estos, fue despachada por mí a la guarnición de Túquerres e Ipiales en cumplimiento del plan de maniobras. 

La falta de este equipo de motorización anuló el movimiento; más aún hizo posible la concurrencia de las tropas adversas para poderlo contrarrestar. Otro hecho que indica la ausencia de un plan y el total desconocimiento de fechas y circunstancias, que hubieran sido conocidas por mí es el que los días anteriores al hecho cumplido, toda mi actividad personal y todas las medidas dictadas, están enfocadas hacia la realización de la maniobra, cuando han debido por elemental principio estar dispuestas para asegurar el éxito del movimiento.

Me sobra ampliar en esta indagatoria más ejemplos al respecto, porque estoy seguro de que la suma de los testimonios que se puedan recoger, comprobará está verdad. Recuerdo sí, un hecho que posteriormente explicaba.

Un oficial cuyo nombre no indico para no complicar su situación, me propuso dos días antes, la traída del batallón Pasto de guarnición en Túquerres a la guarnición de Pasto, cosa que le expliqué era imposible y sin fundamento, porque el problema planteado para la maniobra partía de la base de que en Túquerres existía ese batallón, como parte de la vanguardia del enemigo invasor.

Continuando en el desarrollo de las operaciones a medida que avanzaban las horas la situación se iba tornando angustiosa.

Recuerdo que a mí personalmente me tocó trabajar 14 horas seguidas porque todas las medidas emanaban de mí personalmente como he dicho, máxime cuando los oficiales a medida que pasaban las horas, debilitaban su actuación y huían un poco penosamente.

¿Qué hacer para contrarrestar el ataque seguro? Las medidas que se dictaron fueron las siguientes:  Se desplazó una compañía del batallón Boyacá a la región de Yacuanquer-Tangua con el mando superior en manos del coronel Agudelo; otra compañía a la región del Sandoná al mando de otro oficial superior y una sección en Buesaco a órdenes de un teniente. 

El resto de personal quedaba en la guarnición de Pasto en espera de los acontecimientos. Pasadas algunas horas y en vista de mi situación, captada muy oportuna e inteligentemente por el coronel Julio Londoño, quién es el testigo que estimo más independiente y respetable de mi situación personal.

El coronel digo, me llamó aparte y me dijo: "Gil estás luchando contra un imposible", yo le contesté:

"Lo sé hace mucho tiempo, pero me estoy moviendo entre dos alternativas:  o sigo el movimiento como estoy haciéndolo, o me Asesinan las tropas del Batallón Hernández y asesinan a los oficiales y ocurren en Pasto sucesos que no quiero esperar.  Pero, si tú encuentras un medio de liquidar esta situación, estoy listo al sacrificio si es necesario".  Londoño me dijo: "Me autorizas para proceder de acuerdo con ese concepto?"  y le contesté ―"Puedes proceder ampliamente"―

Londoño se comunicó con el secretario de Hacienda, doctor Acosta y con el mayor Eduardo Escandón y me propusieron a continuación, una reunión para fijar las condiciones más indicadas.  La reunión se hizo y el doctor Acosta me concretó acerca de cuáles eran las condiciones mías. Esas condiciones fueron escritas por el coronel Londoño y propuestas al referéndum o mejor dicho, previa aceptación de mis oficiales y tropas. Las condiciones fueron las siguientes:

Primera: salvo la responsabilidad y seguridad de los oficiales y tropas que operan a mis órdenes, quedando como único responsable el coronel Gil.

Segunda:  Se reconoce que el movimiento ha sido inspirado por fines altos y nobles y no por pequeñas miras; y

Tercera:  en cuanto a la responsabilidad del coronel Gil, queda disminuida pero no suspendida y se le permite vivir en el exterior libremente.

Como los momentos eran apremiantes tanto el doctor Acosta como el coronel Londoño, me propusieron hacer el compromiso sin la intervención o consulta con los jefes superiores subalternos míos, a lo cual me negué por elementales razones, pues no podía yo faltar a la confianza de mis subalternos, una vez que estaban en el frente esperando el choque con el adversario.

Por esta razón propuse que me buscara la comunicación inmediata con el presidente de la república, y que en ese tiempo iría al frente a ordenar una tregua y evitar un choque, regresar y fijar las condiciones definitivamente, previa consulta habida con mis jefes subalternos. 

En efecto, así se aceptó; tomé mi automóvil y rápidamente fui hasta los puestos avanzados. Las tropas estaban a 5 kilómetros de distancia más o menos unas de otras.  Completamente dispuestas para la lucha con sus armas, cañones, ametralladoras, morteros, etc., debidamente emplazados.

Una vez llegado al frente reuní al coronel Agudelo y al mayor Figueroa, quién ya se encontraba allí también en la plaza de Yacuanquer, y di órdenes previas al comandante de la compañía para no hacer nada sin mi orden.

En esta reunión después de exponer la crítica situación nuestra, les dije: "Señores, he aceptado una transacción para evitar todavía más grave consecuencias.  Las bases de mis propuestas son las siguientes, y se las expuse tal como lo expliqué anteriormente.

Una vez que hube terminado de hablar, tanto el coronel Agudelo como el mayor Figueroa, con un gesto que yo sé agradecer me dijeron "¿Único responsable mi coronel?"  esto no podemos aceptar nunca, suceda lo que suceda; le pedimos que nos acompañe hasta el último momento; estamos seguros de que los soldados no nos obedecerán en este caso"

Esta contestación leída en Bogotá cómodamente, sentado en una silla es una cosa, pero sentida en el lugar de los acontecimientos, con las tropas a la vista y con estado de alma difícil de explicar, es algo muy distinto.  En realidad, yo no podía nuevamente subir los hombros y entregarme. Mi deber era continuar la lucha. En efecto les propuse lo siguiente:

"Si, si es por morirnos; primero que ustedes, pero no se trata de eso, se trata de algo más importante, qué es cortar la lucha entre dos cuerpos armados de la república incertidumbre que puede correr peligro la vida del presidente. Por esta circunstancia Les propongo regresar con las tropas a Pasto, recoger las tropas de la ciudad, hacernos fuertes en la normal y allí esperar el ataque venga de donde viniere"

Los dos oficiales aceptaron inmediatamente, y sin demora las tropas fueron retiradas del frente, que era lo que yo me proponía.

A continuación, esperé sobre la carretera a que regresara el capitán Navas, quién había sido comisionado para cambiar la residencia del presidente de Consacá a Buesaco. Mi espera en ese lugar se justifica por el temor que yo tuve de qué al pasar el presidente por Pasto, una mala circunstancia ocasionará un choque entre la guardia del presidente y las tropas de la ciudad, o los civiles que intentarán defenderlo, con el consiguiente peligro para la vida del presidente. Más o menos a la hora llegó la comitiva del presidente.

Yo me adelanté a encontrarla en la revuelta de la carretera para poder hacer alto allí ocultamente.  Subí al carro del presidente y brevemente le expuse la situación, la razón de su cambio de residencia, los disturbios que sucedían en ese momento en Pasto, las propuestas mías para lograr la liquidación de la situación y mis deseos de lograr su evasión.

El presidente, después de darme las gracias por la forma cómo se había mantenido en Consacá, seguida y cómodamente conversó conmigo, acerca de la manera como yo juzgaba podría liquidarse el problema, no tanto para evitar su muerte sino para evitar una masacre en Pasto.

Le expliqué cómo las tropas por las circunstancias de nuestra no estaban bajo mi control totalmente, además, no le oculte la marcada animadversión que existía contra su persona y que por esta razón, yo me encontraba en una gran vacilación. Si regresaba a Consacá no era improbable, que agrupaciones de civiles venidos de Sandoná intentaran ponerlo en libertad, con lo cual se corría un grave riesgo. 

Si se traslada a Buesaco, tendría que pasar por Pasto a primeras horas de la noche, cuando yo adivinaba que estaba sucediendo una gran revuelta y si se dirigía al puente del Guáitara, tenía conocimiento que las tropas dispararían al primer automóvil que se presentará.

En esta expectativa permanecimos alrededor de una hora. Conversé alternativamente con el coronel Pinzón y con el capitán Navas, acerca del espíritu de los 40 hombres que iban en la misma comitiva; tenía yo que cualquier disposición tenía que ser dictada muy prudentemente para evitar cualquier desastre.  El presidente me pidió regresar a Yacuanquer con el ánimo de oír en el radio de la casa cural algunas noticias que lo pudieran orientar.

Regresamos allí y el presidente pudo conectarse por medio de la oficina telegráfica tanto con Pasto como con Túquerres. Hasta aquí los hechos sin entrar en mayor detalle. A nadie se le escapa mi posición difícil.  Yo debía guardar al presidente, continuando así mi objetivo del primer día; por otro lado los oficiales subalternos míos confiaban en que realmente lo guardara como rehén.

Cualesquiera de las dos decisiones mías, retenerlo o evadirlo, era una grave determinación y aquí no vacilo en declarar que traicioné a mis compañeros y decidí conseguir y ordenar la evasión del presidente.

Bien comprendo que esto constituye una grave falta y desmerecimiento para mi posición militar, pero por otra parte comprendo que hice bien, porque no es posible establecer el más pequeño parangón, entre los intereses personales de un hombre opaco como yo y la suerte de la república.

 Preguntado:  Hay referencias de testigo, que en las reuniones de oficiales convocadas con el objeto de darles informaciones sobre el movimiento, se hicieron referencias a destacados oficiales del Ejército y a políticos de diversos partidos. ¿Quiere usted dar una información sobre el particular y citar esos nombres?  

Contestado: "Es cierto que en la reunión efectuada el día 10 de julio a qué hace referencia la pregunta, mencioné hechos que dicen relación a conceptos y quizás hasta compromisos con elementos políticos.

Debo declarar qué tanto esto como la referencia a oficiales superiores, fueron simples recursos para ganar la voluntad de los oficiales y aunar sus esfuerzos en beneficio del orden y del adelantamiento de un comando que se requería unánime y sin energías de ningún género.

No hay, pues, ni han existido nunca que yo sepa. ni mucho menos conmigo personalmente, conexiones políticas de ninguna clase y con ningún partido o hombre público colombiano. Ignoro si mis subalternos hubiesen tenido alguna conexión en este sentido. 

Anteriormente dije que me daba la impresión de que en Pasto alguna cosa hubiera en ese sentido, pero no tengo ninguna prueba, ni contacto que pueda justificar una aseveración de esta clase y por el contrario siempre oí conceptos, y en varias ocasiones encontré que todo lo que aspiraban los militares, tenía un carácter estrictamente apolítico. 

Me doy cuenta cabalmente que quizás algunos oficiales para justificar sus actos posteriores, hayan repetido lo que realmente dije en aquella reunión, dónde como es de suponer apele a todos los medios para lograr su unificación; son pues mentiras dichas con el mejor de los propósitos.

Preguntado:  Hay declaraciones en las cuales aparece que en esa reunión se dijo que este movimiento subversivo ha debido estallar el 24 de diciembre del año pasado, pero qué circunstancias especiales lo impidieron;  que posteriormente el ha debido tener lugar en Cartagena, pero que el señor presidente no fue allá y que por último se había presentado en la ciudad de Pasto, y que por ausencia en este viaje del señor general Pizarro,  que debía ser el jefe del movimiento, usted lo había asumido.   si quiere de una información sobre el particular. 

―Contestado ―"No tengo conocimiento de que el 24 de diciembre del año pasado se fuera a dar un movimiento de esa clase. Creo en alguna ocasión en Bogotá algo se me contó, pero como se recordará yo acababa de salir del Sur y estaba totalmente desconectado de cualquier suceso. 

Respecto a Cartagena alguien me contó en una visita en Bogotá de que hubo un peligro de que ocurriera algo semejante, pero todo esto en forma tan insegura, que prácticamente lo estimé yo como una bola de tantas que viven en el ambiente. Respecto a la intervención del señor general Pizarro, no deseo contestarla.

 Preguntado: Hay constancias de comunicaciones dirigidas al señor coronel Silva Plazas y otros comandantes en que se les daba cuenta de la destitución del doctor López y que se esperaba la cooperación de ellos.  Si quiere sírvase informar si había algún fundamento para esperar respuestas favorables.

 ―Contestado ― “Es cierto que existen esas comunicaciones formuladas por mí, que en uso de la actuación como comandante asumí y cómo lo he explicado. Respecto a las bases que pudiera tener para esperar una respuesta favorable, se me dijo que existían”.

Preguntado:  si quiere sírvase aclarar si el coronel Londoño fue primero su prisionero y luego le entregó a él, el comando de la Séptima Brigada. Si esto es verdad, en qué condiciones lo hizo, y ¿por qué razón? 

―Contestado ―"El coronel Londoño nunca fue prisionero mío. Su posición en su calidad de coronel compañero mío fue altamente respetable, le brindé todas las consideraciones, le dejé en completa libertad y lo invité a que presenciara el desarrollo de mi actividad, sus fines y propósitos, para qué más tarde pudiera salir en defensa de la verdad.

En cuanto a su actitud, no tengo el menor reparo. El permaneció en una expectativa vigilante y a él se debe el que adivinando mis intenciones hubiera propuesto la transacción a que me he referido anteriormente con tan buen resultado. 

Él sabe mejor que nadie la verdad de mi situación, el desconocimiento total que yo tenía a las 11 de la noche el día anterior, y él sabe de mis afanes para sortear un problema tan intrincado como el que hube de soportar. Yo no le entregué el comando de la Séptima Brigada.  Se lo iba a entregar previo el acuerdo que explique anteriormente.

En mi ausencia he sabido que él tomó el comando en vista del no regreso mío, y me parece que tal actitud fue buena y conveniente.

Preguntado:  En el informe juramentado del señor presidente aparece que usted lo solicitó por conducto del coronel Pinzón que lo hiciera ministro de guerra por un mes. ¿Qué finalidad tenía su solicitud?

 ―Contestado ―Para contestar esto quiero recordar la grave alternativa en que me encontraba en el momento en que llegué cerca del presidente. Como se recordará el hecho más grave era la falta de control de las tropas, las graves perspectivas de lucha en la ciudad de Pasto entre los elementos civiles levantados y los elementos militares cerrados a una solución lógica, es decir, si los elementos militares no obedecían, ponía yo que no obedecían, la conclusión sería fatalmente la masacre en Pasto. 

En estas condiciones hablé largamente tanto con el señor presidente como con el coronel Pinzón, acerca de qué medida podría ser efectiva para el aplacamiento de los ánimos.  Le propuse al coronel Pinzón sin duda muchas medidas con un solo propósito:  evitarlo.

Deseaba yo por un lado lograr la aceptación de las tropas de una medida cualquiera, y por otro lado contrarrestar la enorme excitabilidad del pueblo. No recuerdo exactamente si lo que asevera el presidente formó parte de mis muchas propuestas. ni me atrevería a negar el que esa hubiese existido.  Lo que a mí me interesa dejar claramente explicado y claramente incrustado en el ánimo de los jueces, es que un hombre colocado en tan grave responsabilidades, bien hubiera querido tener el poder divino para evitar la catástrofe.

 Preguntado:  en una declaración juramentada aparece que usted se reunió en Cali en el club hípico con el señor general Pizarro, coronel Márquez y teniente coronel Quintín Gustavo Gómez, para tratar asuntos relativos al movimiento que más tarde estalló en la ciudad de Pasto. Si eso es cierto y usted lo estima conveniente sírvase dar una información sobre el particular.

―Contestado ―"Yo no he tenido reunión especial con los mencionados oficiales en el club hípico de Cali. Asistí en aquel lugar a una fiesta social, a la cual fue invitado por los miembros del club y a la cual fueron invitados igualmente, los oficiales a qué hace referencia la pregunta.  Estimo que mi posición en el proceso actual está apuntalada con razones de tal peso que de seguro me evitaran apelar a medios reñidos con la amistad que siempre he dispensado a mis superiores y compañeros.

Preguntado:  ¿Desea usted que en relación con la aclaración , que desea respecto de su negativa dada al coronel Agudelo en relación con el movimiento subversivo, se interrogue a algún otro testigo en ese sentido?

―Contestado ―"Yo he aseverado y relatado detalladamente mi rotunda negativa a la propuesta del coronel Agudelo, hecha el día 10 de julio más o menos a las cuatro de la mañana en mi pieza de habitación en la Normal de Pasto. Para comprobar esto solicito dos diligencias:

Primero, que se pregunté al señor mayor Figueroa, ¿qué le dijo el coronel Agudelo sobre mi actitud en el cuartel del batallón Hernández en la madrugada de ese día?.  Y en segundo lugar, si tal testimonio no estuviere de acuerdo con mi aseveración, qué es efectúa un careo con el coronel Agudelo sobre el mismo hecho"

 Preguntado por el vocal coronel Arturo Lema posada:  cuales fueron las razones que tuvo para una vez que usted asumió la dirección y el control total de las tropas y del movimiento que se sucedió en Pasto, siendo como fue opuesto a que se pusiera preso al señor presidente de la república, ¿por qué no dispuso que se pusiera inmediatamente en libertad? 

 ―Contestado ―Celebro mucho que se me haya hecho esa pregunta, porque ella viene a interesar el problema, precisamente en su punto más delicado, porque es claro que sí soy el jefe del movimiento y no tenía voluntad en apresar al presidente, ¿por qué no ordene su liberación inmediata?

Al respecto deseo llevar al ánimo de los jueces, el que la voluntad de las tropas no era mi voluntad, que su fanatismo y apasionamiento, no me permitían cancelar una acción desarrollada por ellas contrariando mis propósitos, bajarme al hotel Niza y sacar al presidente de la república frente al batallón Hernández, con su moral y sus circunstancias que he explicado ampliamente, hubiera significado más o menos un suicidio.

Haber producido un choque funesto con las mismas tropas, el desconocimiento de mi autoridad y no sé qué más graves circunstancias. Si yo hubiese contado con tropas de una moral y disciplina como se entiende normalmente por lo menos para contrarrestar la acción de reservistas de propósitos unificados, reunidos para un hecho que ya habían logrado, tal vez hubiera intentado esta acción, pero un hombre solo, enfermo por añadidura, no puede bajarse a libertar teóricamente al presidente para que, a la salida, no más hubiese sido prácticamente linchado por ellas.

 Por otra parte, mi actitud ante el presidente como libertador tenía que basarse en una fuerza y no estaba autorizado para hacerme responsable de su vida en un acto de esta clase"

 Preguntado: ¿Cree usted, que, durante el curso del reclutamiento, se escogieron ciertos distritos cuyo personal era marcadamente hostil al gobierno?

―Contestado ―" No creo que se hayan escogido los distritos con ese objeto. Lo que si se, cómo lo manifesté anteriormente, es que hubo gestiones de personas interesadas en crear un ánimo especial en el personal de reservistas"

 Preguntado ¿Cree usted que los señores teniente coronel Agudelo y mayor Figueroa se hubieran visto influenciados o presionados por la tropa del batallón Hernández, para poner preso al señor presidente de la república?

 ―Contestado ―"No lo sé, pero si aprecio que estos mismos oficiales fueron igualmente víctimas de la indisciplina de las tropas, durante varias ocasiones le oí quejas en este sentido"

 En este estado manifiesta el declarante "las reticencias que he tenido en algunas de las contestaciones no significan deseo de ocultación de hechos que puedan favorecerme, sino por reparo de otro orden que estimo necesarios.

Pero como pudiera pensarse lo contrario, pido que esas preguntas sean hechas a otros testigos en forma que se absuelva totalmente el deseo del investigador.

 Si no los hubiere o no satisficieren ese deseo, me veré precisado a ampliar mi indagatoria en beneficio de qué no sé piense, que deseo ocultar materias importantes del proceso. Me refiero a los relativos del club hípico de Cali y a los compromisos habidos o que se supone habidos con otros comandantes u oficiales de guarniciones militares"

Como el declarante ha hecho cargos a terceros, el señor fiscal le recibió juramento con las formalidades legales, previa imposición de las disposiciones del Código Penal sobre falso testimonio y bajo su gravedad, se ratificó en tales cargos y agrega que bajó tal promesa denuncia: " el señor mayor Figueroa, dos o tres días desde el 10 de julio, se retiró de la guarnición de Pasto a la guarnición de Ipiales sin mi permiso y consentimiento”.  

Esto lo supe, pasados los sucesos, porque yo me encontraba haciendo un recorrido para la preparación de las maniobras. Creo que el coronel Agudelo sí tuvo conocimiento de la salida de este oficial. Lo que el mayor Figueroa hiciera en la guarnición de Ipiales a mi juicio, requiere una averiguación"

Se hizo saber al declarante el derecho que le asiste de leer por sí mismo está declaración y pidió que le diera lectura el señor secretario.  Leída qué fue por este, la aprobó el deponiente en todas sus partes, manifestando que no tiene nada que enmendar o corregir a su declaración, y para constancia se firma cómo aparece (Firmado) el fiscal H. Mora teniente coronel. El sindicado Diógenes Gil. El defensor Guillermo Ordóñez. El secretario Francisco Cortés Arana, capitán.

 Es fiel copia tomada de su original en el cuaderno número 6, folios 68 a 84, consejo de guerra verbal qué se siguió contra el coronel Diógenes Gil y otros por delitos contra el Régimen Constitucional y la Seguridad Interior del Estado; y expedida por la secretaría del juzgado penal militar de la Brigada de Institutos Militares en Bogotá a 19 de junio de 1945.

 Carlos A.  González

Secretario

 

 

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