Por Luis Alberto Villamarín Pulido
*Publicado en Edición N° 77, revista ECOS del Cuerpo de Generales y Almirantes de Colombia, marzo de 2024
A lo largo de la historia colombiana, las relaciones civiles-militares han sido complejas, debido a la persistente desinstitucionalización, instigada por polarizaciones partidistas y consecuentes intenciones para ideologizar la seguridad. Agobiados por efectos de la violencia fratricida, gestada por ellos mismos, altos dirigentes conservadores y liberales, entregaron transitoriamente el poder a las Fuerzas Militares en 1953.
Para sorpresa del país, en tan solo cuatro años, no exentos de tormentas políticas y múltiples dificultades, el gobierno militar del general Gustavo Rojas Pinilla, logró lo que los dos partidos tradicionales colmados de iluminados gobernantes nunca lograron, porque mientras el primer mundo se industrializaba, aquí se atizaban los odios fanatizados culminantes en violencia sectaria.
Ya en 1958, ávidos de recuperar el control del presupuesto y la nómina para satisfacer sus intereses personales, no los necesarios objetivos nacionales, en sui géneris consenso, quienes un lustro antes encendían hogueras de pasiones banderizas, sincronizaron el Frente Nacional, que les permitiera alternar el poder según sus calculadas frases, "dentro de la libertad y la democracia, alejados de la dictadura"
Manipuladores vendieron tal idea a los colombianos, inclusive a millones de compatriotas que se habían beneficiado de las ejecutorias rojaspinillistas.
El nuevo sainete comenzó con el audaz intento de impedir la entrega del poder de la Junta Militar al candidato bipartidista, cuya singular elección era segura antes de que los ciudadanos mayores de edad con derecho a voto, fueran a legitimar en las urnas el pacto de conveniencia, entre los caciques supremos del bipartidismo
Superado con creces el intento de cuartelazo del 2 de mayo de 1958, dos días después el amarrado ejercicio electoral, legitimó al liberal Alberto Lleras Camargo como primer mandatario escogido por unos pocos dueños del país, para el primero de cuatro periodos de cuatro años cace uno, del llamado Frente Nacional (1958-1974).
Con un gran problema entre manos, en medio de un escenario político en el que la insaciable voracidad de los hasta ahora caciques lectorales viudos de poder, marcaba pautas de conflictos venideros, los quíntuples como se denominaba a los miembros de la Junta Militar rindieron pleitesía y honores exagerados al señor Alberto Lleras Camargo.
Imbuido del inusitado apoyo militar, sin pérdida de tiempo, Lleras desplegó habilidades propias de los de su especie, para garantizar la pendular dinámica política de su administración, por medio de impactos mediáticos calculados y progresivos, desde luego favorables a su imagen personal no a la solución de los problemas del país.
Así, esa misma semana mientras la administración Eisenhower envió desde Washington a su vicepresidente Richard Nixon a legitimar la elección del nuevo presidente, Lleras Camargo pronunció un discurso autoelogioso y premeditado para resaltar las virtudes militares, con el hasta hoy cuestionado concepto de lealtad militar al poder civil, habilidosamente enfocado en sujeción de patrón-empleado, que por arte de la demagogia y la dialéctica manipuladora, ideologiza el concepto de seguridad, y por extensión da a entender, que la lealtad de las tropas no es con la Constitución y con el pueblo, sino con el mandatario de turno.
66 años después, sin excepción, sucesivos presidentes, han acudido a la narrativa premeditada del discurso de Lleras Camargo ante un auditorio militar en el Cantón Norte de Bogotá, para ocultar sus intereses personales, y sostener en el poder a los herederos de esa dirigencia política descompuesta.
A juzgar por los hechos, las intrigas y componendas de los dirigentes de los partidos liberal y conservador, encendieron la animosidad contra los militares, de tal manera, que como resultado de la propaganda diseminada en contra del general Rojas Pinilla y su obra, los cuatro generales y el Almirante integrantes de la Junta Militar, consideraron la mejor salida, alejar a las Fuerzas Armadas de los resbalosos y gaseosos vericuetos de la convulsa dinámica política colombiana.
Así Lleras Camargo atiborró los medios de comunicación de filiación liberal con autopropaganda sostenida y promesas irrealizables, que desde la orilla oficial podrían ser la némesis de las locuras del pintoresco candidato presidencial Rafael Antonio Goyeneche.
La diferencia es que las promesas de pacificación nacional con plan piloto en el departamento del Tolima, urdidas por el dirigente liberal Darío Echandía y visibilizadas con bombos y platillos por Lleras Camargo como primer frente nacionalista, sí afectaban de manera sustancial al país, mientras que las locuras de Goyeneche, traían mucho humor y risa a los colombianos.
Transcurrieron los cuatro años de gobierno Lleras Camargo y todas sus promesas de pacificación total, presencia de las instituciones en el territorio nacional, cambios sustanciales en la vida de los obreros, campesinos y estudiantes; atención al desarrollo regional, atemperación de los espíritus y su presión de odios bipartidistas, además del trillado argumento de la apoliticidad de militares y policías; confluyó en que al recibir el mandato su sucesor Guillermo León Valencia, la violencia política tripartidista de liberales, conservadores y comunistas tenía en jaque a la institucionalidad.
Vino el Plan Lazo ideado por el ministro de Guerra, general Alberto Ruiz Novoa, con excelentes resultados en la pacificación del Quindío y el Norte del Valle. A diferencia del Plan de Pacificación del Tolima y despliegue mediático de inexistentes acciones de altas instancias del Estado, reiterado por Lleras Camargo, combinar operaciones militares de alto impacto con acción integral del binomio Fuerzas Armadas-Población civil, revivió en los dirigentes políticos de todas las vertientes, el temor de que los colombianos reclamaran el regreso de los militares al poder, pues la acción cívico-militar era real, cumplía objetivos e integraba comunidades en torno a la identidad nacional.
Firme en sus convicciones y de carácter recio, el general Ruiz Novoa expresó en el Congreso de la República, que los responsables, del prolongado desangre entre colombianos eran los dirigentes políticos que incendiaban pasiones banderizas para beneficiarse del robo de tierras, ganados y cosechas.
Por la misma época se publicó el libro titulado La Violencia en Colombia escrito a varias manos por Eduardo Umaña Luna, Orlando Fals Borda y el sacerdote católico Germán Guzmán, en el que se sindicaba de manera sesgada a las Fuerzas Armadas y al partido conservador de ser los responsables de toda la violencia sucedida en Colombia, pero se dejaba intencionalmente fuera de toda responsabilidad a los partidos liberal y comunista.
Ante el despliegue mediático del libro en ciernes el ministro de Guerra ordenó a un subalterno muy conocido en los ámbitos literarios militares que elaborara un análisis técnico de la obra y le presentara un informe de ese trabajo.
Presa de la vanidad el distinguido oficial, irresponsablemente envió a un senador amigo personal, una copia de su análisis, dizque confidencial, sin intuir que estaba entregando un secreto profesional a un dirigente político sin escrúpulos, quien acto seguido distribuyó copias de ese informe entre colegas en el Congreso, generando una tormenta política sin par, en la que se sindicaba al ministro de Guerra de estar politizando las Fuerzas Armadas en contravía de la imaginaria línea de fe que trazó Lleras Camargo en el discurso del Teatro Patria.
La herida quedó abierta. El presidente Valencia aparentó ignorar y minimizar el suceso, pero como cazador aficionado que era, esperó el momento para atacar la presa. Meses después, los gremios de la producción rindieron un homenaje al ministro de Guerra en reconocimiento a los eficientes resultados del Plan Lazo, en acto protocolariamente presidido por el mandatario de los colombianos.
De inmediato, armaron el alboroto, quienes utilizaban y siguen utilizando la figura de la apoliticidad militar para enmascarar su propia corrupción, politiquería, desgreño y credo de iluminados salvadores. La situación se tornó tensa. El plato estaba servido, para que recordando el eje guía de la falsa cristalina ejecutoria del Frente Nacional, Valencia sacara del camino al supuesto general golpista, enviara un mensaje de sumisión de las instituciones armadas a los todopoderosos gobernantes que según su manipuladora versión, "habían recuperado la institucionalidad de las garras de la dictadura" y al resto de la opinión pública con la venia de la embajada estadounidense un mensaje de la supremacía del poder civil sobre el militar.
A partir de ahí, los presidentes de turno, compiten por demostrar cual es más eficiente en la aplicación de las directrices del discurso de Lleras Camargo en torno a la obediencia militar, han perpetuado el conflicto armado, ignorado la acción cívico-militar al nivel de política de Estado, repetido la debilidad de carácter de Lleras Camargo concediendo espacios geoestratégicos a las cuadrillas de bandidos en nombre de la paz, maniatado a los militares y lo que es peor, los han dejado solos enfrentando las consecuencias políticas y jurídicas de la incapacidad funcional política y administrativa de los gobernantes de turno.
En conclusión:
El discurso de Alberto Lleras Camargo ante un auditorio militar, pronunciado la misma semana de su sui generis “elección democrática” fue un mensaje inicialmente antirrojaspinillista de la dirigencia tradicional viuda de poder.
La resurrección de los odios incubados desde el nacimiento de la república entre sectores civiles alérgicos a la defensa nacional y al servicio militar, pero ávidos de poder, que consideran que las tropas están disponibles para garantizar sus intereses particulares y que por extensión son un mal necesario.
La metodología desinstitucionalizadora del manejo de la defensa y la seguridad nacional, por parte de los gobernantes, se refleja en que, en contraste con la violencia prolongada que ha azotado al país, Colombia adolece por carencia, de una ley macro de defensa y seguridad nacional. Así es imposible pacificar el por siempre convulso escenario político nacional.
La narrativa de paz ha cometido errores intencionales. Decir que la violencia política comenzó en 1948, que los comunistas son víctimas y no victimarios, que el general Rojas Pinilla no pacificó el país, que el Frente Nacional es una maravilla inigualable, y que a culpa de los problemas de desorden público es de los colombianos que terminan enfrentados, pero nunca de la dirigencia política tripartidista que ha instigado ese caos.
La lista sigue, pero será para otro análisis.