La paz total de Petro se caracteriza por mentiras del mandatario, estratagemas de engaño al país propias de los narcoterroristas, ideologización de la seguridad, falta de estrategia oficial para confrontar dialécticamente a delincuentes expertos en manipular este tipo de conversaciones; escasa o nula idoneidad de los negociadores gubernamentales; bobería colectiva de los medios de comunicación que quizás producto de la pauta publicitaria, mantienen la caña de una situación política insostenible, legitimación de la narcodictadura de Maduro y consuetudinarias conductas ridículas de Petro en escenarios internacionales.
Defensor a ultranza de los narcotraficantes, quienes según la versión de su propio hermano, le financiaron la campaña presidencial, Petro está más preocupado por legitimarlos, evitar su extradición y hacerlos parte de su proyecto macondiano de la potencia mundial de la vida, que por someterlos a la justicia y la capacidad operacional de los organismos de seguridad.
Amigo comprometido, por ende, con escaso margen de maniobra con las bandas delincuenciales urbanas, que realizaron las violentas acciones vandálicas, cuando la izquierda armada y desarmada se propusieron en contubernio tumbar el gobierno Duque; con el fin de saldar claras deudas con los terroristas urbanos, Petro ha asumido su defensa, los ha nombrado gestores de paz y les paga un salario superior al que percibe un soldado que expone y hasta entrega su vida, para sostenerlo en el poder.
En medio del dramático cuadro de descomposición estructural de la institucionalidad descrito, quedó el Ejército Nacional en la ojeriza del cuestionado mandatario, por ser una fuerza militar a la que Petro odia visceralmente, porque cuando militaba como terrorista del M-19 lo capturó, lo procesó penalmente y lo encarceló.
Desde cuando se produjo el ascenso al poder de Petro, acompañado por el cuestionado ministro de Defensa Iván Velásquez, el Ejército Nacional ha dubitado entre la incertidumbre y la formación disciplinada de sus cuadros de mando y soldados.
Reiterados sucesos en los que lamentablemente se ha agredido e irrespetado a unidades de combate, que para evitar situaciones graves optan por no usar la fuerza, dejan la clara sensación de que al parecer existe connivencia de Petro con los delincuentes, quienes instigan e instrumentalizan a pobladores civiles, para que ignorantes y agresivos ataquen a los soldados, cuando se acercan destruir cultivos de coca, patrullar las áreas o capturar terroristas de las Farc o el Eln.
Al revisar los hechos relacionados con la paz total, queda sobre la mesa una realidad: El narcotráfico es el único ganador de este entuerto, por medio de sus brazos armados, apadrinados por las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En el ambiente flota una sensación de inseguridad y de desarticulación institucional, que no se había experimentado en el país, ni en los peores momentos de la falta de carácter y arrodillamientos de Andrés Pastrana y Juan Manuel Santos ante las Farc.
En ese escenario, soldados y policías no tienen claro qué hacer o cómo actuar. No porque la constitución, las leyes, o las normas internas institucionales no lo contemplen, ni porque falte idoneidad profesional de los oficiales al mando de las tropas.
Por el contrario, abundan normas y competencias profesionales. Pero falta faro político. La paz total de Petro carece de estrategia, de objetivos claros, de líneas de acción frente a los narcoterroristas en las mesas de conversaciones, etc. Su trasiego, ha sido un intencional sometimiento del Estado a los narcoterroristas.
Y de remate, se añadiría con incidencia negativa, la licenciosa vida personal de Petro, cuya conducta y capacidad profesional, ha sido puesta en tela de juicio a juzgar por las críticas inclusive de recalcitrantes izquierdistas como Ariel Avila, Jorge Robledo o María Jimena Duzán, o por las escandalosas denuncias de inmoralidad provenientes del cuestionado exembajador Armando Benedetti.
Estos son indicadores, que además de los odios insepultos de comunista contra el orden vigente, a la personalidad de Petro se suman su incapacidad para gobernar y según afirman algunos de sus conciliábulos, probablemente graves problemas sicológicos y psiquiátricos, enmascarados con adicciones.
Todo lo anterior indica que Petro no es apto, ni digno para gobernar a Colombia, ni para ostentar el título de Comandante General de las Fuerzas Militares y de Policía.
La solución a tan sensible problema, la tiene el congreso de la república, pues los incapaces negociadores de paz, ya pelaron el cobre y demostraron su ineptitud funcional. Colombia no puede seguir soportando el caos y falta de dirección de la brújula del Estado en la más alta instancia.
Tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe. No se podría descartar, que agotados por las agresiones e irrespetos de vándalos y terroristas incrustados en la población civil, algún soldado decida utilizar la fuerza, desencadenando alguna tragedia.
Petro y los bandidos de las Farc y el Eln están jugando con candela y con el futuro de Colombia. La soberbia que destilan, está polarizando la población civil, que ya se manifestó con claridad en las urnas el pasado 29 de octubre, pero que al ver que no se puede por las buenas, algunos sectores podrían optar por caminos de violencia y desorden, a todas luces inconvenientes para nuestra patria.
En resumen, la solución la tienen el congreso y los partidos políticos. Juzgando y destituyendo a Petro y presentando a Colombia opciones distintas a la consuetudinaria podredumbre administrativa, causa y motivo del triunfo electoral del Pacto Histórico en 2022.
El Ejército Nacional es un patrimonio de Colombia, al cual debemos rodear y apoyar todos los colombianos. No merece ni a Petro como mandatario supremo, ni los peligrosos irrespetos de los que están siendo objeto sus soldados.
Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Autor de 40 libros de geopolítica, estrategia y defensa nacional