En el libelo titulado “La vida no es fácil papi” escrito por el propagandista fariano Jorge Enrique Botero, para hacer un show publicitario con la terrorista holandesa Tanja, en Colombia y en el mundo cuando la madre de la delincuente europea la estuvo buscando en las selvas del Meta, se incluye el testimonio de uno de los integrantes de la guardia personal del Mono Jojoy, en el cual queda claro, que hay docentes de colegios públicos integrantes de ese grupo criminal.
En este caso específico además de corroborar los nexos orgánicos del “periodista” Botero con las guerrillas, que una docente de un colegio de secundaria En Bogotá, con el cerebro lavado por el marxismo leninismo, entregó a su propio hijo a las Farc, para que el grupo criminal, le quitara las “mañas” que había adquirido, debido a que su progenitora estaba dedicada a reclutar estudiantes para las Farc, que en educar a sus propios hijos.
Este es el relato de Botero:
Sebas llegó a la guerrilla a los 16 años. Lo trajo su mamá desde Bogotá, luego de descubrir que el muchacho andaba con un combito de malandros del barrio Kennedy, dedicado a robar y a fumar marihuana.
La mamá de Sebas no sólo es una educadora consagrada a enseñar español y literatura en un colegio público, sino también una revolucionaria de tiempo completo, militante comunista, hija de un dirigente sindical asesinado bajo el gobierno de Julio César Turbay (1978-1982), estricta e intransigente, en especial cuando se trata de su único hijo.
Cuando detectó los pasos en que andaba, no lo pensó dos veces y se vino con él, buscando al Mono Jojoy para entregárselo. Miriam, así se llama la mamá de Sebas, conoce al Mono desde que el guerrillero se la pasaba en Bogotá, por allá a comienzos de los años 80. En aquella época Miriam ya casi era una adolescente, logrando guardar un recuerdo fresco y vivo del joven jefe subversivo, entonces mechudo y más bien flaco, que llegaba jovial y dicharachero a su casa del barrio Olaya.
Vestía con una mezcla de elegancia e informalidad que a ella siempre le había llamado la atención, pues no entendía cómo era posible que alguien usara al mismo tiempo zapatos tenis y saco de paño. El Mono se había hecho muy amigo de su padre quien llegó a tratarlo casi como a un hijo, dándole posada y comida, pero también prestándole libros de política y de historia que el muchacho devoraba, leyendo durante tardes enteras mientras esperaba que llamara o apareciera alguien.
Cuando alguien aparecía, Jorge desaparecía y no lo volvían a ver durante semanas. Un par de días después del asesinato del padre de Miriam, llegó a la casa del Olaya un señor muy serio con un sobre en la mano. Preguntó por la esposa del difunto y se lo entregó diciéndole que ahí le mandaba el camarada Jorge.
Eran 100 mil pesos, una pequeña fortuna para esa época, y una nota del Mono lamentando el suceso y prometiendo venganza. Pasaron los años, casi 20, hasta que Miriam volvió a ver a Jojoy, cuando lo visitó en la zona desmilitarizada del Caguán, durante los diálogos entre la insurgencia y el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002).
—Mi mamá cuenta que cuando el Mono supo que ella lo estaba preguntando en San Vicente, mandó un carro exclusivamente a buscarla y la tuvo como una reina durante una semana en el campamento de Cachamas —relata Sebas emocionado.
Pero su rostro se ensombrece al recordar los tropeles con la cucha y la forma como vino a parar a la guerrilla. Un año después de terminados los diálogos, en febrero del 2003, Miriam tuvo que ir a una estación de policía a sacar de allí a su hijo, que había sido apresado la noche anterior durante una redada de la policía.
El funcionario de Bienestar Familiar que se lo entregó le advirtió que Sebas (en ese entonces se llamaba Camilo) estaba a un paso de ingresar a un centro de rehabilitación. Cuando salió del lugar, con su hijo cabizbajo al lado, Miriam no lo pensó dos veces, se dirigió a su casa, empacó algo de ropa en un morralito y se fue con Camilo para el terminal de transportes, a buscar una camioneta que los dejara en San Vicente del Caguán.
Viajaron toda la noche y al otro día transitaban en un destartalado jeep por las sabanas del Yarí, buscando a los contactos que la habían conducido al Mono unos meses atrás. Se gastaron una semana andando de La Tunia a La Yé y de La Yé a Los Pozos y de allí a La Cristalina, hasta que por fin se les apareció una madrugada un tal Diomedes, a quien apodaban El Gato, y se los llevó en una camioneta doble cabina selva adentro, por unas carreteras empalizadas que deslumbraron a Sebastián, sacándolo del ensimismamiento que lo abatía.
Cuando tuvieron al Mono Jojoy al frente, se quedó mirando al joven, que trataba de ocultarse detrás de Miriam, y ni siquiera preguntó qué los traía por sus dominios.
Le dijo al pelao que se despidiera de su mamá y le ordenó de inmediato al Gato que le diera dotación, sin arma, y lo mandara para el curso básico que estaba por comenzar en Jardines. —Hoy se lo agradezco a mí mamá, pero cuando me trajo y me dejó aquí y tuve que someterme a la disciplina militar, dejando atrás amigos y hábitos totalmente distintos, quería matarla.
¿Será que después de leer este claro testimonio, queda alguna duda que el Partido Comunista es el principal responsable de la violencia narcoterrorista contra Colombia?
O, ¿será que todavía hay quienes dudan, que los jóvenes vándalos que hacen la “protesta pacífica” violenta, son aleccionados por esos docentes torcidos, en escuelas, colegios y universidades, para que salgan a cometer actos terroristas contra los colombianos, argumentando que son víctimas de ataques del Esmad?
¿Será que la “comisión de la verdad” del curita De Roux, incluirá estas verdades, en su “transparente” informe?
¿Será que los defensores de derechos humanos proclives a las guerrillas, seguirán mirando para otro lado cada vez que se destapan estas realidades?
Y muchas dudas más…
Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Autor de 39 libros de geopolítica y estrategia entre ellos 21 acerca del conflicto armado en Colombia