1979-2021 42 años de patriotismo acendrado

Publicado: 2021-06-01   Clicks: 2434

     Frente al presidente de la república, los altos mandos militares, los orgullosos padres de familia de los oficiales recién graduados, los invitados especiales, los periodistas que informaban del evento, y los instructores y alumnos de la Escuela Militar de Cadetes, que ese día estaba vestida de gala. llenos de emoción juvenil y sueños por concretar, 166 subtenientes de las armas del Ejército, integrantes del curso militar coronel Carlos Pinzón Azuero, cantamos a pleno pulmón:

      Cual muralla la patria bandera

      nuestros pechos tendrá por sostén

      e inmortal trocarase quien muera

      por su gloria, su fuero y su bien…

      Al salir de la guardia del Alma Máter, el reloj marcaba las 11:58 del soleado medio día del 1 de junio de 1979. Sin duda, aquella mañana el astro rey brilló con mayor intensidad para los graduandos, a quienes el tiempo parecía detenerse en la primera gran cúspide de un exigente trasegar venidero.

       El subteniente de infantería William Alberto Cruz Perdomo abanderado de la promoción en reconocimiento a sus logros académicos, recordó la instrucción de buscar a los familiares en la tribuna del campo de paradas, para dirigirnos al casino de cadetes, a un acto social presidido por Julio César Turbay Ayala, a la sazón primer mandatario de los colombianos.

       Dieciocho horas antes, en ese mismo recinto el brigadier general Bernardo Lema Henao Director de la Escuela Militar de Cadetes, había entregado formalmente la nueva promoción de oficiales al general Jorge Robledo Pulido comandante del Ejército Nacional. Las breves pero impactantes palabras de los dos altos oficiales de infantería y veteranos de la guerra de Corea, impactaron las mentes, los corazones y las voluntades de los nuevos subtenientes.

       Con claridad meridiana nos dijeron, que a partir del día de nuestra presentación en las unidades tácticas a las cuales habíamos sido asignados, nos esperaban responsabilidades inmensas, pues tendríamos la noble tarea de instruir, regimentar, administrar, comandar y liderar a jóvenes soldados provenientes de todos los rincones del país, para convertiros en combatientes por la paz, la estabilidad, la seguridad y la defensa nacional de Colombia.

       El general Jorge Robledo Pulido era un recio soldado. Tenía un porte militar y un carisma especiales. Sus palabras conminando a ser los mejores colombianos retumbaron en el salón donde nos reunimos aquel 31 de mayo de 1979 en horas de la noche. Era un soldado con aspecto legendario y un estudioso líder innato, preocupado por buscar y lograr siempre lo mejor para su Ejército, nuestro Ejército.

       El brigadier general Bernardo Lema Henao era un líder militar de aquellos que escasean en los ejércitos, cuyo carismático discurso nos había inculcado mística a lo largo de casi tres años bajo su dirección. Por obvias razones, su intervención aquella inolvidable noche no fue la excepción. Con palabras emotivas nos llamó sus hijos en la milicia y pronosticó que 30 años más tarde algunos oficiales de esta promoción ocuparían altos cargos de mando en las Fuerzas Militares de Colombia, pero además preconizó, que debido a los vaivenes de la política en Colombia, tendríamos horas difíciles en aras de garantizar la soberanía nacional, la integridad territorial, la solidez institucional y la esquiva paz del país... No se equivocó mi general Lema.

       Aquel 1 de junio de 1979, los 166 subtenientes recién ascendidos habíamos terminado una enriquecedora y exigente etapa de formación profesional militar bajo la tutela, la dirección y el liderazgo de los mejor calificados oficiales del Ejército y la fogosa buena voluntad de jóvenes alféreces y brigadieres que nos recibieron como cadetes y con instrucciones precisas nos enseñaron a ser soldados de la república, al mismo tiempo que los programas académicos complementarios habían estado enfocados en concisos conocimientos de las facultades de ingeniería civil, economía o derecho; además de materias tales como geopolítica, historia, geografía, sociología, contabilidad, inglés, francés, oplología y pedagogía.

       De los excelentes oficiales instructores aprendimos orden cerrado, orden abierto, don de mando y liderazgo, lectura de cartas, táctica, comunicaciones militares, guerra de guerrillas y contraguerrillas, operaciones regulares, tiro con armas cortas y largas, armamento, justicia penal militar, régimen disciplinario, y en general todo lo relacionado con Régimen, Instrucción, Administración y Mando (RIAM).

       Todo ello acompañado por una sana competencia por ser cada día mejores y más productivos en torno a los objetivos e intereses institucionales. Pero como la práctica hace maestros, todas las enseñanzas de formación táctica, técnica, física y sicológica aprendidas en la rigurosa y estricta dinámica de la vida cuartelaría en la Escuela Militar para transmitir y afincar ese cúmulo de conocimientos necesarios para que un futuro oficial del Ejército labore con eficiencia, deberían traducirse en resultados tangibles, periódicamente salimos a realizar ejercicios de campaña de dos semanas o terrenos de corta duración en la base militar de Tolemaida, Aipe (Huila), Honda o aquí mismo en  Bogotá.

       Al mismo tiempo que los oficiales instructores y los docentes civiles de las facultades nos transmitían conocimientos militares y académicos complementarios, nuestros comandantes de compañía y pelotón, inculcaban con el ejemplo, persistente profesionalismo deberes y virtudes militares y cualidades que por su dimensión nos enorgullecían de ser parte de lo mejor de la juventud colombiana de aquella inolvidable década y por obvias razones, de distinguidos ciudadanos y patriotas, en las décadas venideras.

       De ellos aprendimos a ser responsables en grado sumo, a cumplir la palabra empeñada, a desarrollar creatividad e iniciativa para cumplir las misiones, a estar prestos a facilitar bienestar a los subalternos, a ejercer la autoridad con justicia y ecuanimidad, a reflexionar acerca de las virtudes y defectos de los hombres y mujeres que se comandan, a prever escenarios eventuales en aras de garantizar la seguridad personal y física de las unidades militares, a emitir las órdenes y controlar que estas se cumplan, a sacrificar el bienestar personal en aras de los objetivos institucionales y mucho más.

       Sería muy extenso relacionar aquí los nombres de los oficiales instructores, que nos inculcaron sin egoísmos tantas y tan valiosas cualidades, y sin que ninguno de ellos sea excluido por razones diferentes al espacio en este texto, es oportuno señalar que para el curso coronel Carlos Pinzón Azuero, hubo tres oficiales de planta de la Escuela Militar a quienes admiramos por su liderazgo y sus virtudes profesionales militares, quienes con su ejemplo y don de mando, quedaron grabados como los más distinguidos: El brigadier general Bernardo Lema Henao Director de nuestra Escuela, el coronel Jaime Hernández López Subdirector, y el teniente Álvaro Castaño Maya.

      Al liderazgo y carisma de mi general Lema Henao, se sumó siempre la organización, la previsión, la disciplina, la diligencia para solucionar problemas y la brillantez intelectual del mi coronel Jaime Hernández López quien por sus cualidades personales y profesionales, años más tarde en el grado de mayor general ocupó altas posiciones en el escalafón castrense. Cada vez que se reúnen oficiales del curso Pinzón Azuero a recordar las vivencias como cadetes, sale a relucir el recuerdo del líder serio, inteligente, culto y de intachable moralidad que reflejaba mi coronel Jaime Hernández López.

       Brillar en medio de oficiales seleccionados es muy difícil en cualquier ejército del mundo. No obstante, el teniente Álvaro Castaño Maya, lograba con lujo de detalles esa difícil distinción. Nos invitaban a emularlo, su porte militar, su facilidad de expresión, su extraordinaria resistencia física, su elevado coeficiente intelectual y distinciones académicas anteriores, su sencillez y humildad para interactuar con los subalternos, además de que portaba en sus uniformes los distintivos de lancero, paracaidista, comando terrestre, fuerzas especiales, comando del Perú.

       No era ni es un secreto, que todos los 166 oficiales de la promoción queríamos emular y actuar en los cuerpos de tropa con base en los lineamientos tangibles que nos inculcaron todos los instructores, pero además ser el fiel reflejo de mi general Lema, mi coronel López y mi teniente Castaño.

       Si la vida de cada persona es un libro del cual pueden aprender los demás seres humanos, también es adecuado aseverar que la vida de cada oficial durante el lapso de cadete aportaría material para escribir tantos libros como oficiales se gradúen en cada promoción. La intensa vida cuartelaria, académica, social, y de orden militar es rica en anécdotas, enseñanzas, experiencias, interacciones, triunfos, golpes del destino y mucho más, pero al final del ejercicio, hermosa e inolvidable. Es la forma en que sencillamente se configura una “hermandad de cadetes” que llevaremos hasta el fín de nuestros días. Solamente quienes la hemos vivido, la entendemos en su justa dimensión.

       El tiempo como las pasiones de las almas grandes, corre desaforado durante el periodo de la vida de cadetes. En un abrir y cerrar de ojos, el cadete que aprendió a marchar y a trotar incansable al ritmo de himnos, oraciones militares, y cánticos de motivación, pasa de ser sujeto pasivo del Régimen, Instrucción, Administración y Mando (RIAM) a convertirse en sujeto activo, pues debe recibir e instruir a nuevos cadetes, para que el ciclo eterno de la formación de cada día mejores cuadros de mando, sea una constante y un reto institucional.

        En el caso de nuestro curso a principios de junio de 1978, recibimos de manos del entonces Segundo Comandante del Ejército, mayor general Armando Orejuela Escobar, el sable que simboliza la autoridad para ejercer el mando como alféreces del Ejército colombiano. Todos los integrantes del curso Pinzón Azuero, recordamos con la nostalgia que evoca los mejores tiempos, aquellas jornadas de fortalecimiento estructural de nuestra Escuela Militar, como lo que ha sido, es y será, el mejor centro de formación militar de oficiales del continente.

        Seis meses más tarde, al comenzar 1979 partimos para el istmo de Panamá con el fin de realizar durante seis semanas en la Escuela de las Américas, el curso de comandantes de pequeñas unidades, dirigido por oficiales y suboficiales del Ejército de Estados Unidos, experimentados en combate durante la guerra del Vietnam.

       Visto con espejo retrovisor, se diría que fuimos un curso afortunado puesto que fuimos instruidos en Colombia por veteranos de la guerra de Corea, participantes en la guerra contra las guerrillas comunistas en el Sumapaz, participantes en la operación Anorí en 1973, y oficiales que habían combatido contra las Farc en Marquetalia, Urabá, Santander o el Magdalena Medio. Y ahora éramos instruidos por veteranos de la guerra del Vietnam.

        Pero al mismo tiempo que nos formábamos integralmente como futuros comandantes de los soldados del Ejército, el terrorismo comunista contra Colombia crecía cualitativa y cuantitativamente. Días antes de nuestro viaje a Panamá, el país fue sorprendido con la noticia de la audaz incursión de una célula del M-19 que construyó un túnel y hurtó cerca de 5.000 armas decomisadas, que eran guardadas en un almacén dentro de las instalaciones del Cantón Norte en Bogotá.

        Y al regresar de Panamá a Bogotá, el general Lema Henao se dirigió a todos los alféreces para comentarnos el trágico desenlace, de una unidad motorizada del Ejército que cayó en una emboscada de la cuarta cuadrilla de las Farc en el Magdalena Medio, acción en la que murieron cuatro soldados y mas de 10 resultaron heridos. Era la cruda realidad, de lo que más tarde tendríamos que enfrentar como oficiales subalternos y superiores en diversas regiones del país.

         Dos semanas antes de ascender a subtenientes, el director de la Escuela Militar coordinó con el batallón de inteligencia y contrainteligencia Charry Solano, el desarrollo de una intensa semana de información y actualización acerca del orden de batalla de las Farc, el M-19, el Eln, el Epl, el Epl-Pla, que eran los grupos de terror comunista que en ese momento alteraban la paz y la tranquilidad de los colombianos.

         Así llegó el día del ascenso a subtenientes, entre intensas instrucciones de orden militar, conocimiento de la amenaza contra la seguridad nacional, información de la situación general de las jurisdicciones en las unidades a las cuales seríamos trasladados, enriquecimiento cultural militar de los aspectos técnicos y tácticos de cada una de las armas en infantería, caballería, artillería e ingenieros, además de la impostergable necesidad de aprobar con notas superiores al 70% todas y cada una de las materias de las facultades de ingeniera civil, economía o derecho.

         El 20 de junio de 1979 efectuamos presentación militar ante los comandantes de los batallones a los cuales fuimos destinados. Nos embriagaba la emoción de entrar a lo desconocido, de aprender más y más, de asumir el comando de 40 soldados, de desarrollar iniciativas, de tener el mando del mejor pelotón, de participar en ceremonias militares, en operaciones de control urbano, de prestar el primer oficialato de servicio, de supervisar el arreglo de los alojamientos de tropa, de organizar el paso de los soldados a recibir los alimentos, de prestar el servicio de COT, de salir a terreno con los soldados, de hacer entrenamiento físico, y claro está, de salir a las discotecas con los oficiales más antiguos que ya conocían amigas en cada ciudad.

        Así conocimos y nos enamoramos de quienes hoy son nuestras esposas y muchas de ellas como nosotros, abuelas de hermosos nietos; construimos nuestras vidas, viajamos de guarnición en guarnición para cumplir traslados, estuvimos en combate contra grupos terroristas, vivimos con intensidad los altibajos del quehacer castrense; comandamos compañías, pelotones, batallones, escuelas, unidades especiales, brigadas, divisiones, comandos operativos y hasta uno de nosotros llego a ser comandante del Ejército y de las Fuerzas Militares.

        Todo en la vida del soldado es atropellado, exigente y dinámico. No hay tiempo para aferrarse a los laureles de los logros pasajeros, porque a cada reto superado le aparece otro en cada grado, en cada cargo y en cada situación. Las más de las veces, las decisiones del oficial son de vida o muerte. En la medida que se ascienden escalones de responsabilidades militares, aumentan el número de vidas de hombres bajo el mando y con esos seres humanos, el compromiso de prepararlos para la guerra y en la guerra llevarlos a la victoria.

        Naturalmente, estas vivencias de sacrificio, abnegación, responsabilidad extrema, difícilmente son comprendidas o asimiladas por quien no ha portado las armas de la república, ni puede opinar sin conocimiento.

        Eso lo puede decir quien ha soportado el frío de largas noches de vigilia, sufrido las inclemencias del tiempo en noches lluviosas de largas marchas tácticas de aproximación hacia las posiciones de los terroristas, o tenido el ojo avizor en la emboscada esperando al enemigo; o quien ha padecido retardos en los suministros de alimentos en zonas de combate, porque el tiempo meteorológico lo impide, y mil situaciones complejas más.

         Es imposible resumir en breves frases el estrés derivado de cada combate. Es necesario vivirlo para contarlo. La guerra irregular trae situaciones sorpresivas, imprevistas, violentas, desgarradoras. Quienes hemos desembarcado de un helicóptero en pleno campo de combate, sabemos de la ansiedad que acompaña a los soldados. Hemos visto sus rostros con el rictus de la incertidumbre. Hemos pensado en cuántas vidas y cuántas responsabilidades llevamos a cuestas.

        Y cuando se desatan las tormentas de disparos, cuando se ven figuras fantasmagóricas correr de lado a lado, se escuchan gritos, voces de mando, estallidos de minas, estallidos de granadas, coordinaciones por radio y al voltear a mirar a los soldados que están más cerca, siempre esa mirada escrutadora y ansiosa, que sin hablar preguntan ¿cuál es la siguiente orden?

         Y es en esos momentos cuando hemos hecho parte de actos de heroísmo, hemos observado a soldados temerarios, que se arrojan sobre las posiciones enemigas con una bizarría característica del combatiente colombiano. Pero lo más extraordinario, cuando termina el combate, casi siempre sin comer, sin poder dormir, sin la posibilidad de asearse luego de confundirse con el lodo, esos soldados fieros, esos hombres jóvenes que cargan la casa a cuestas como el caracol y a veces la tumba en su morral, sonríen con inocente alegría por el éxito alcanzado, porque abrigan en lo íntimo de su ser, que “mi general” o “mi coronel” nos dará un permiso para descansar y regresar al combate con más moral.

       Mientras algunos combatíamos, otros compañeros del curso Carlos Pinzón Azuero ocupaban importante cargos en actividades logísticas, de manejo de personal, de planeamiento de las operaciones de inteligencia militar, de operaciones sicológicas, de policía militar, de seguridad en el batallón Guardia Presidencial, de instrucción en las escuelas de formación y capacitación, o representado a Colombia en la Fuerza Multinacional de Paz en la Península de El Sinaí, en Yugoslavia, en El Salvador, en Guatemala, etc.

        Lo triste y doloroso de esta complicada realidad es que en desarrollo de las operaciones contra los grupos terroristas algunos de nuestros compañeros cayeron en combate. Especial capítulo merecen sus recuerdos por la cuota de sangre y sacrificio con que como reza textualmente el himno del Ejército, regaron con su sangre el árbol de la paz. Otros compañeros fallecieron por causa y razón del servicio, y unos más por insuperables problemas de salud. A todos ellos y sus familias, nuestra solidaridad, amistad y sincera recordación.

        Los cursos de capacitación para ascenso a capitán y mayor, o la inolvidable asistencia a la Escuela Superior de Guerra para adelantar el curso de Estado Mayor, articularon oportunidades únicas y especiales para reencontrar viejos amigos, para departir con las familias, para realizar ejercicios académicos militares conjuntos, para sacar a relucir las mejores cualidades intelectuales y de liderazgo de cada quien; porque cada uno de nosotros sabía que al finalizar ese entrenamiento, regresaríamos a ejercer nuevos cargos y a enfrentar  nuevos y más complejos retos.

        Finalmente, la dinámica de la carrera militar impone que unos pocos, así lo hayamos soñado todos, solo unos pocos, alcancen el grado de brigadier general de la república, y en la medida de su desempeño profesional avanzan hasta las más altas posiciones.

       Sin embargo, para cada uno de nosotros y sin desmedro del honroso reconocimiento a sus meritorias carreras, todos ellos siguen siendo los miembros de la “hermandad de cadetes” que el 1° de junio de 1979, cruzamos la puerta de muralla de nuestra Escuela Militar, cantando a pleno pulmón que “Cual muralla la patria bandera nuestros pechos tendrá por sostén, e inmortal trocarase quien muera por su gloria su fuero y su bien”

       Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

       Autor de 38 libros de geopolítica

        www.luisvillamarin.com

 

 

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