Por coronel Luis Alberto Villamarin Pulido
Escritor estratega
Publicado en el Diario El Tiempo de Bogotá-Colombia el 3 de Octubre 2007 6:57 PM
La sangrienta carrera delictiva del narcotraficante y terrorista Pablo Escobar, demarcó los infortunados hitos de un legado concreto, que en virtud de las evidencias, hasta ahora comenzó a hacer metástasis en la vida colombiana.
El narcotráfico igualó los estratos sociales por capacidad económica, permeó las cortes, los juzgados, las fiscalías, las alcaldías, las gobernaciones, los ministerios, las Fuerzas Armadas, los reinados de belleza, los clubes profesionales de fútbol, el mundo de la farándula, el comercio formal e informal, los sanandresitos, etc.
Producto del estilo de vida y participación política impuesta por Escobar, los capos del cartel de Cali se dieron en lujo de “poner” un presidente, un ministro de Defensa y un Contralor General de la República. Como corolario del creciente caos, pocos años después se destapó el escándalo de la parapolítica, simultáneo con la desmovilización masiva de los grupos de autodefensa ilegal, cuyo epicentro es el narcotráfico.
Como era lógico de esperar, el narcotráfico se convirtió en factor preponderante del conflicto colombiano. La primavera económica del cartel de Medellín, abrió los ojos a las guerrillas y al partido comunista, que vieron en esta fuente de ingresos, el filón ideal para conseguir los recursos necesarios para la toma violenta del poder mediante la combinación de todas las formas de lucha.
En consecuencia, las Auc, que en principio nacieron como una respuesta de los ganaderos y agricultores desesperados por las barbaridades de la guerrilla, también hallaron en el narcotráfico una veta generosa para financiar la guerra contra los terroristas de izquierda.
El resultado de la inmersión de ambas bandas armadas en el narcotráfico, fue aún mas desastroso de lo que se suponía: Unos y otros terminaron enfrentados por obtener el dominio geopolítico de las zonas cocaleras y amapoleras. Las masacres de indefensos campesinos se convirtieron en el método predilecto para intimidar al adversario. Ya la guerra no fue por las ideologías, sino por el dinero, con la circunstancia agravante, que una corriente izquierdista complaciente con la guerrilla izquierdista, inició un extenso recorrido por Latinoamérica.
Pareciera ser que no queda una sola institución pública o privada, que no haya padecido los coletazos de la infiltración del narcotráfico en la sociedad. Al rememorar los acontecimientos en búsqueda de ese cordón umbilical, se evidencia que la relación de los capos de las drogas con los dirigentes políticos inició en 1974 y tuvo su primer asidero con la creación de la llamada “ventanilla siniestra” del Banco de la República, la cual permitió lavar muchos dólares con la vista complaciente del gobierno.
No obstante, el maridaje narcotráfico-política, tuvo su primer esplendor a partir de 1982, cuando Pablo Escobar Gaviria compró con dinero de oscura proveniencia, una curul en la Cámara de Representantes, y lo que es mas grave, con la venia de los dirigentes nacionales y regionales del partido político que avaló su irregular candidatura.
Producto de la doble moral de quienes lo aceptaron y luego le “voltearon” la espalda, Escobar se lanzó a la clandestinidad y desató una oleada de narcoterrorismo sin precedentes en la historia nacional, solo igualada y desafortunadamente superada, por la agresividad manifiesta de las Farc contra el pueblo colombiano.
Lo realmente preocupante, es que aunque la tecnología de punta con su anexo la ilimitada autopista de la información, han despertado ciertas espontaneidades de desarrollo y han generado una corriente de opinión que quiere el cambio y el abandono de la politiquería tradicional, en la práctica, la inmersión del narcotráfico en vida colombiana, aumentó el clientelismo, la corrupción y la danza de dineros oscuros en todos los niveles de la política, acrecentó la brecha entre ricos y pobres, fortaleció la cultura del dinero fácil y, posicionó a caciques regionales respaldados por la ley del revólver.
De contera, es un hecho real y palpable, que a partir de la incursión de los narcos en la política, los partidos tradicionales iniciaron un proceso de crisis, divisionismos y componendas. La cuasi-desaparición del Partido Conservador después del “desgobierno” de Betancur y Pastrana, los triunfos electorales de candidatos con ofertas diferentes como Antanas Mockus, Lucho Garzón, Angelino Garzón, Álvaro Uribe y hasta de un invidente en Cali, corroboran el agotamiento de los electores frente al bipartidismo paquidérmico e incapaz de colocar a Colombia al nivel de las tendencias mundiales de educación, comercio, desarrollo social, e integración regional.
La pelea de “perros y gatos” que tienen los liberales en Bogotá, el “manzanillismo” de serpistas, gaviristas y samperistas, que bien podrían llamarse oportunistas, son el reflejo de la crisis interna de las dos colectividades tradicionales.
Una explicación a este fenómeno, podría ser que el bipartidismo se quedó como los dinosaurios aferrado al pasado y con obvia tendencia a la extinción. Pegado a las prácticas clientelistas del pasado, orquestados por gamonales y personajes como Alfonso López, Julio César Turbay Ayala, etc, quienes afincados a ancestrales métodos egoístas y clientelistas de repartición burocrática, fueron inferiores al reto histórico, pues por estar inmersos en la consuetudinaria rapiña de puestos e intrigas, permitieron el crecimiento del cáncer de la narcopolítica y el desarrollo sistemático del plan estratégico de las Farc.
A la par con la ineptitud de los dirigentes bipartidistas, mediante la ley del revólver, las guerrillas asentaron núcleos sólidos del Partido Comunista en aras de construir las bases de apoyo a las guerrillas, y las Auc instalaron escuadrones de la muerte. Unos y otros financiados con recursos del narcotráfico, de la misma manera que Pablo Escobar financiaba las bandas que sembraron el terror en todo el país.
En síntesis, la actual crisis que tiene raíces ancestrales en la politiquería crónica de las dos agrupaciones políticas, recibió un ingrediente letal, materializado en el legado de Pablo Escobar, de imponer la ley del terror financiada con el narcotráfico. Lo peor del asunto, es que los responsables de evitarlo no hicieron nada, pues sus intereses personales y grupales, no les dejan ver mas allá de la nariz. Y todo esto, debido a la falta de objetivos nacionales.
Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Analista de asuntos estratégicos