Por Luis Alberto Villamarín Pulido
El escenario preelectoral de Colombia, al llegar a octubre de 2025, a menos de 9 meses de elegir el nuevo presidente y los nuevos parlamentarios, resume características complejas, que oscilan entre la incertidumbre, las polarizaciones, la incredulidad y la apatía, productos directos de una encrucijada que se ha venido tejiendo desde hace varios años alrededor del populismo, las tendencias autocráticas e ilimitadas ansias de poder.
Sin duda, el origen del problema radica en que los partidos políticos están de capa caída, y de remate afectados por la exorbitante cantidad de movimientos populares de “garaje”, que sin ninguna estructura seria, ni solidez ideológica o sin ni siquiera conceptualización ideológica, juegan la ruleta de las posibilidades electoreras, con autonombrados dirigentes, que por egolatría piensan más en “ser alguien”, que en “hacer algo” por Colombia.
Absurda realidad derivada del mal ejemplo de los dirigentes políticos tradicionales, acostumbrados a hacer alianzas por conveniencias personales o de grupúsculos, no por identidades programáticas o por satisfacer necesidades de las comunidades.
La explicación para que este mal ejemplo se haya afincado en la conducta de los dirigentes políticos de turno, inicia por los bajos o casi inexistentes niveles de cultura política de los colombianos en general… Incluidos la mayoría de quienes se autoimponen como líderes políticos.
En esencia, los llamados partidos políticos colombianos, desnaturalizan su misión, porque carecen de militancia sólida, líneas ideológicas definidas, estrategia política definida y organización reglamentada y disciplinada, ni identidad construida sobre principios valores. Es decir, no son instituciones con cultura organizacional, sino agrupaciones que escudadas en el argumento de participar en democracia, satisfacen la avaricia de quienes se van turnando en su dirección.
De tan lamentable descuadernamiento, no se salva ninguna de las actuales colectividades políticas. El sistema del actuar político en la actual Colombia, está moldeado para cohonestar estas atipicidades, hábilmente enmascaradas con el argumento de la democracia participativa.
Es francamente inaceptable que cualquier persona sin ninguna formación como estadista-estratega, aparezca de la noche a la mañana, autoelogiándose y autoeligiéndose como candidato presidencial, con aureola de salvador y transformados, sin saber de qué, comenzando por el evidente desconocimiento de las funciones del cargo que aspiran a ocupar, mas por arribismo que por condiciones personales y profesionales.
Tan evidentes carencias para dirigir el Estado, son cubiertas con populismo, que por naturaleza se sustenta mentiras, engaños y promesas irrealizables. La razón mas ligada a esta cruda realidad, es que el concepto de gobernanza está en los textos de estudio que nadie lee y en el lenguaje engatusador de encantadores de incautos. Todo esto ligado a que los partidos carecen de militancia.
Pro lo tanto, la actividad real, medible y verificable de los partidos y movimientos políticos, se circunscribe a captar votos, no militantes, pues el elctorado es visto como un mal necesario, ara satisfacer intereses personales de manipulación de ingenuos, que coadyuven engañados a eternizar en el poder a supuestos líderes políticos.
Para resolver tan críticos problemas, se requiere saneamiento ético de las colectividades políticas, compromiso real de transformación y educación permanente de cuadros políticos, guiados por programas no por personas, a menudo “elegidos por fuerzas sobrenaturales” para imponer sus criterios al resto de los mortales.