¿Está destrozando Xi Jinping el “contrato social” gobierno-pueblo que incrementó prosperidad China durante el siglo XXI?

Publicado: 2022-12-02   Clicks: 557

 Alcances de las protestas en China contra Xi Jinping

Geopolítica de China

     Las protestas desatadas en China en noviembre de 2022 contra los férreos controles del gobierno orientados a erradicar el Covid-19, se asemejan con las de 1989, cuando los estudiantes universitarios se manifestaron abiertamente contra las reformas políticas del régimen comunista y pidieron democracia en China.

      En 1989, coincidencialmente durante el período más liberal de la era comunista iniciada por Mao Tse Tung en 1949, la destitución del líder liberal, Zhao Ziyang,  desencadenó el resonante movimiento popular a favor de la democracia, tolerante e ilustrativo de toda la historia de la República Popular China, cuando el régimen ordenó a los soldados abrir fuego en la plaza de Tiananmen, porque la situación se salió del control oficial.

     La crítica problemática venía desatándose desde el 5 de abril de 1976. Ese día y los días anteriores, los manifestantes se reunieron en la Plaza de Tiananmen, para protestar contra el gobierno tiránico encabezado por Mao, el deterioro de las condiciones económicas y las persecuciones políticas de la Banda de los Cuatro, grupo integrado por Jiang Qing la viuda de Mao, y tres colaboradores suyos: Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen, quienes fueron expulsados del Partido Comunista Chino (PCCh)  y arrestados en 1976, tras la muerte de Mao Tse Tung.

Sin temor a equivocación podría decirse que fue un movimiento nacido de agravios, no de aspiraciones. Y que 13 años después, las protestas de Tianamen en 1989, corroboraron la paradoja de Tocqueville, denominación dada al fenómeno sociopolítico, mediante el cual a medida que mejoran las condiciones y oportunidades sociales en una población, crece más rápido su frustración social.

Las masivas y desafiantes protestas desatadas a finales de noviembre de 2022, por el encierro para proteger a la población del Covid-19 en China, están ocurriendo en un pico alto de la autocracia en China. Aunque se escuchan inusuales llamados a la libertad de expresión y elecciones, el argumento de los manifestantes reta a la opresión estremecedora, materializada en la claustrofobia de cientos de millones de personas, encerradas en sus hogares y en hospitales de campaña.

     Muchos analistas políticos aceptan que sea en China o en otros lugares, las autocracias son opresivas, pero al mismo tiempo cuestionan si ¿alguna vez  otro régimen autocrático ha suprimido a tantas personas el elemental derecho a llevar una vida normal?

      En términos políticos, mediante esa decisión Xi Jinping no aplicó la maquiavélica enseñanza de dividir para reinar, cuya comprobada efectividad, fue utilizada a menudo por sus predecesores para calmar tensiones sociales.

      De 1989 en adelante, la mayor parte de las protestas chinas fueron focalizadas en determinadas regiones y alrededor de temas específicos. Por ejemplo, cuando los residentes rurales perdieron sus tierras, pero los habitantes urbanos recibieron copiosos beneficios del régimen autocrático.

      O cuando en medio de esa dinámica, los trabajadores estatales perdieron sus trabajos, pero los empresarios privados fueron estimulados para abrir nuevos negocios. En ese entorno, al final, los beneficios y las pérdidas equipararon.

      En dicho escenario, diferentes personas proferían diferentes agravios, pero sus reclamos no estaban sincronizados hacia un solo objetivo. En consecuencia el Partido Comunista Chino (PCCh) creció, prosperó y naturalmente sobrevivió a las protestas dispersas. Al punto, que al finalizar 2022, y el PCCh tiene casi 100 millones de miembros. Si solamente esa cantidad de personas fueran un país, estarían en el 16º puesto entre las naciones más pobladas del mundo.

      Cifras moderadas indican que la estricta política de cero covid dispuesta por el gobierno de China unificó las razones para protestar, pues durante 2022, casi 400 millones de ciudadanos chinos fueron puestos bajo algún tipo de bloqueo o control coercitivo, por parte del gobierno de Xi Jinping.

      Para la muestra un botón de la reacción masiva a nivel nacional: Los potentados shanghaineses tienen muy poco en común con los habitantes de la ciudad de Urumqi en la provincia occidental de Xinjiang. Pero, cuando diez personas murieron en un incendio en un edificio residencial en Urumqi, porque al parecer las puertas del edificio estaban cerradas debido a las restricciones de Covid-19, brotó una empatía colectiva por parte de los habitantes de Shanghái, que habitan edificios altos similares, construidos a miles de kilómetros de distancia de donde ocurrió el letal incendio.

     Dicha realidad indica que ni siquiera en 1989, el régimen chino enfrentó protestas en muchas ciudades al mismo tiempo y por un motivo compartido por diferentes regiones, algo que resulta más preocupante para Xi Jinping y su séquito.

     Aunque es obvio que por ahora Xi Jinping tiene el poder y probablemente mediante la represión disperse los ánimos, también es cierto que su estilo autocrático ha socavado los intereses institucionales y mediáticos del Partido Comunista Chino.

      Después de los sangrientos hechos de la Plaza de Tiananmen en 1989, los líderes chinos moldearon una fórmula exitosa para preservar el gobierno de un solo partido mientras generaban crecimiento económico, innovaban en ingeniería e impulsaban el éxito empresarial. Dicha fórmula requería lealtad de los ciudadanos chinos hacia el gobierno, pero también les daba espacio para vivir de un aceptable modelo liberal.

      Así, los jóvenes podían ir a conciertos de rock and roll, participar en eventos de karaoke y seguir a las estrellas del K-pop que quisieran. Los intelectuales chinos podían descargar su ira y frustración en las multitudinarias redes sociales en China. Y los empresarios estaban tan ocupados acumulando dinero que se inmiscuían poco o nada en "política".

     Este modelo de contrato social, mediante el que el PCCh preservaría ciertos límites a cambio de que la sociedad preservara los suyos, fue fundamental para alejar a China del borde del desastre producido por la crisis de Tiananmen en 1989, y por extensión contribuyó al crecimiento económico y la prosperidad. Dígase lo que se diga, durante esos años las encuestas de opinión indicaron que en China, los jóvenes apoyaban más que los mayores de edad, la agenda política nacionalista del gobierno comunista.

      Pero por autócrata y egocéntrico, Xi Jinping rompió estructuras sólidas de esa especie de contrato social. En 2013, a expensas del sector privado, su gobierno comenzó a canalizar créditos bancarios a empresas estatales crónicamente ineficientes. Luego, tomó medidas enérgicas contra las organizaciones no gubernamentales, tales como los grupos feministas y los abogados que ayudaban a los trabajadores migrantes rurales, a negociar mejores contratos salariales.

     Ni los ambientalistas se salvaron, a pesar de que una de las prioridades políticas de Xi Jinping era combatir los altos niveles de contaminación que se producen en China. Al mismo tiempo, se reforzó significativamente la censura en las redes sociales y en las universidades chinas.

     Entre 2020 y 2021 y sin reparar en la contracción económica mundial que produjo la pandemia, el gobierno de Xi Jinping impuso multas y restricciones regulatorias, a Alibaba, Tencent, Baidu, consideradas mundialmente como joyas de la corona de la tecnología y el espíritu empresarial de China.

     La represión tributaria contra las grandes empresas tecnológicas china fue contraproducente. No es ningún secreto, que el sector privado de China generó altos ingresos fiscales y apreciaciones de los activos de la tierra, recursos financieros que han respaldado al Partido Comunista Chino (PCCh), y han facilitado muchas operaciones costosas, incluidas las pruebas obligatorias de coronavirus.

     Al implementar códigos de salud en tiempo récord, las empresas de alta tecnología de China contribuyeron al éxito inicial en la contención del virus. También crearon millones de puestos de trabajo para los jóvenes de China, y los empresarios que dirigían esas empresas se convirtieron en modelos a seguir, para que las nuevas generaciones se dedicaran al espíritu empresarial, en lugar de angustiarse por los derechos humanos y la libertad de expresión.

      En la práctica, el Partido Comunista Chino tenía en su haber, lo mejor de ambos mundos: un sector privado que aumentó el Producto Interno Bruto sin exigir apertura política interna.

      La política de cero Covid es otro ejemplo de la herida autoinfligida por Xi Jinping, pese a que en 2020, el gobierno de Xi Jinping obtuvo una victoria temprana al bloquear la ciudad de Wuhan y aplanar rápidamente la curva de aumento de la pandemia.

      El problema se originó, porque en lugar de aprovechar la oportunidad que tuvo en 2021 y 2022 para vacunar a su población con todas las vacunas disponibles, incluidas las de Pfizer y Moderna, el gobierno chino redobló la política de cero covid contra la variante Omicrón altamente transmisible. Fue un esfuerzo condenado al fracaso porque era como “tratar de detener el viento”.

      La conducta de Xi Jinping denota arrogancia superlativa: Es un líder que arriesga su reputación en desarrollo de una misión imposible. En conjunto, los controles draconianos del covid por parte del régimen de Xi Jinping a su propia población trajeron miseria incalculable, la falta de vacunas facilitó que las infecciones por Covid aumentaran a la cifra récord de 30.000 por día. En realidad, Xi Jinping prometió demasiado pero no cumplió como era de suponer.

      Lo anterior indica que Xi Jinping ha suprimido cualquier asomo de democracia en su país. Por lo tanto, cuando los estudiantes sostienen hojas de papel en blanco durante las protestas, no están pensando en defender los derechos de quienes expresan opiniones impopulares y contrarias al régimen. Están defendiendo sus derechos a actuar como seres humanos, verbigracia, el derecho a pasear por el parque, salir de sus casas, cruzar la calle para ir a almorzar, visitar amigos hacer deporte, ir al teatro o al cine, o a un espectáculo deportivo, etc.

     A todas luces, que se evidencia que los ciudadanos chinos quieren recuperar formas democráticas de vida. Xi Jinping está jugado con candela. Su desmedida ambición política interna para deificarse y su apetito geopolítico podrían llevarlo a cometer errores, que resultarían caros a sus ambiciones, graves para la estabilidad interna de China y demasiados riesgosos para la balanza de pesos y contrapesos en la geopolítica mundial.

      Por eso la pregunta es válida: ¿Está destrozando Xi Jinping el “contrato social” gobierno-pueblo que incrementó prosperidad China durante el siglo XXI?

 

      Teniente coronel Luis Alberto Villamarin Pulido

     Autor de 40 libros de geopolítica, estrategia y defensa nacional

    www.luisvillamarin.com

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