Invasión rusa a Ucrania podría escalar a una guerra convencional multinacional con visos de confrontación nuclear.

Publicado: 2022-03-12   Clicks: 942

     Amenaza de poder nuclear ruso contra el planeta

       Invasión rusa a Ucrania podría escalar a una guerra convencional multinacional con visos de confrontación nuclear.

        Complejo escenario bélico en el que Rusia y Occidente corren el riesgo de caer en una mortal espiral de guerra convencional, que acercaría más los eventuales riesgos del uso parcial de armas nucleares.

       Durante la primera semana de la invasión rusa de Ucrania, el Kremlin planteó en forma reiterada la posibilidad de una respuesta nuclear de Moscú, en caso de que Estados Unidos o la OTAN intervengan en la guerra. Putin concluyó su discurso anunciando que “cualquiera que intente interferir con nosotros… debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y lo llevará a consecuencias como nunca antes ha experimentado en su historia”.

       Acto seguido, Vladimir Putin enfatizó acerca de las “ventajas de Rusia en varios de los últimos tipos de armas nucleares”, mientras ordenaba entrar en alerta máxima a las fuerzas nucleares estratégicas de su país. Días después, Sergey Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, señaló que una tercera guerra mundial sería una guerra nuclear, e instó a los líderes occidentales a considerar lo que implicaría una “guerra real” contra Rusia.

       La escalada nuclear es posible si Estados Unidos o sus socios de la OTAN intervienen en la guerra desatada por Rusia contra Ucrania. En respuesta, el gobierno de Estados Unidos intentó tranquilizar a Moscú, posponiendo una prueba de misiles balísticos intercontinentales prevista para principios de marzo de 2022, para reafirmar la inconveniencia de un enfrentamiento con armas nucleares.

       Sin embargo, el énfasis en la eventual escalada nuclear opaca el inminente riesgo de una escalada convencional, no nuclear entre la OTAN y Rusia. Todo parece indicar que Occidente y Rusia podrían estar entrando en etapas terminales de una espiral de inseguridad, mediante una serie de opciones mutuamente desestabilizadoras, que podrían terminar en tragedia, produciendo una conflagración europea más grande, así no sea nuclear.

      En este sentido, es probable que las semanas venideras sean más complejas. Estados Unidos comprende los riesgos de una escalada convencional, a medida que avanza la siguiente fase del conflicto, y debe redoblar esfuerzos para encontrar formas de poner fin a la agresión rusa contra Ucrania.

Nuevas opciones en búsqueda de la paz en Ucrania, podrían implicar elecciones difíciles y desagradables, tales como levantar algunas de las fuertes sanciones impuestas a Rusia, a cambio de finalizar las hostilidades, con el fin de evitar una catástrofe aún peor que cualquiera de las otras opciones disponibles.

      Tensiones exacerbadas

      En la historia geopolítica está demostrado que se produce una espiral de inseguridad, cuando las decisiones que toma un país para promover sus intereses, terminan poniendo en peligro los intereses de otro país, que a su vez responde al sentirse agredido.

       El resultado es un círculo vicioso de escalada involuntaria pero necesaria, algo que ha sucedido muchas veces antes. Por ejemplo, a principios del siglo XX, el intento de Alemania por construir una armada con presencia e influencia mundial, amenazó el poder naval del que dependía el Reino Unido. En respuesta, Londres aumentó su propia armada. Alemania respondió de la misma manera, y pronto se estructuró el escenario para la Primera Guerra Mundial.

      En época posterior, los orígenes de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética comparten una génesis similar, ya que ambas potencias buscaron influencia en todo el mundo y se involucraron en una carrera armamentista sin precedentes. En cada uno de los casos enunciados, una espiral de ojo por ojo llevó a los Estados al conflicto.

       Pasadas dos décadas del final de la guerra fría, Estados Unidos y Rusia han tomado medidas para reforzar su sensación real o percibida de inseguridad, incitando a la otra parte a hacer lo mismo. Ambos países han estado involucrados en una espiral de tensiones desarrolladas en cámara lenta, ya que cada uno busca remodelar la seguridad europea a su gusto y trata de limitar la inevitable amenaza de respuesta del otro lado.

        Los eventos recientes en Ucrania resaltan la preocupante tendencia: la cumbre de Bucarest de 2008, en la que la OTAN se comprometió a incorporar a Ucrania y Georgia a la alianza militar, fue respondida por Putin con la invasión rusa de Georgia en 2008. Una disputa de 2007 sobre los planes de la administración Bush Jr. de instalar las bases de la defensa antimisiles en Polonia y la República Checa, fue seguida por violaciones rusas de los acuerdos vigentes de control de armas con Estados Unidos.

       En 2014, el ofrecimiento de la Unión Europea a Ucrania, para firmar un acuerdo de asociación, precipitó la revolución de Maidan en Kiev, aumentando los temores rusos de que Ucrania sea miembro de la OTAN y provocó la toma rusa de Crimea ese año.

       Sin embargo, la invasión rusa de Ucrania ha aumentado la apuesta y ha acelerado el ritmo de la espiral. En respuesta a la agresión desenfrenada e ilegítima de Moscú, Estados Unidos, la OTAN y los estados miembros de la Unión Europea enviaron a Ucrania armas letales, impusieron sanciones a la economía de Rusia y proyectaron una acumulación militar a largo plazo.

       Actualmente, el régimen de Moscú asegura que Estados Unidos y sus socios amenazan con convertir a Ucrania en un aliado de facto, situación que por paradoja, la propia agresión de Moscú ayudó a causar, mientras que Estados Unidos ve a Moscú como el gestor de la amenaza de los principios fundamentales que sustentan la paz en Europa.

       Pero en este escenario de altas tensiones, Rusia ha sido menos restringida en términos militares que Occidente, al bombardear ciudades ucranianas, mientras que la administración Biden se ha esforzado por señalar su falta de voluntad para intervenir directamente en el conflicto.

       Con base en esta situación táctica, se podría inferir que un bando está dispuesto a escalar y otro no. Aún así, las potenciales espirales de evolución del conflicto, se definen por encauzar una naturaleza trágica, e inclusive los Estados que podrían estar en contra de la guerra, terminarían compitiendo y arriesgándose a los enfrentamientos que suelen desencadenarse por multiplicación de hostilidades y agresiones internacionales.

       Así, a medida que continúa la invasión de Rusia, aumenta el envío de armas occidentales a Ucrania, mientras que las sanciones amenazan con colapsar la economía rusa. Cada bando parece comprometido a aumentar la presión. Entonces, solo se necesita una sola chispa para desatar una conflagración más amplia.

      El giro geopolítico que se amplía con la situación de Ucrania

       Aunque se debe tomar en serio la potencial escalada nuclear, no se deben descartar los riesgos de una guerra convencional entre la OTAN y Rusia. Los conflictos convencionales de baja intensidad entre potencias nucleares han ocurrido en otros lugares, verbigracia los enfrentamientos entre China y la Unión Soviética en la década de 1960 y en la guerra de Kargil de 1999 entre India y Pakistán.

        Estudiosos de la geopolítica y la estrategia han desarrollado una teoría para explicar por qué ocurren tales conflictos, que se originan en la paradoja de estabilidad-inestabilidad, en la que los estados, estancados en el ámbito nuclear, podrían estar más dispuestos a escalar en términos convencionales.

       Vistas con calma las aristas de lo que está sucediendo en torno a la invasión rusa a Ucrania, surgen múltiples posibilidades, por las cuales, la situación podría escalar una guerra más amplia. Por ejemplo, un escenario derivado de la guerra económica que Occidente lanzó contra Rusia en la última semana.

       Al evitar que el Kremlin utilice las reservas de divisas y al aplicar controles de exportación para impedir que Rusia importe productos de alta tecnología, Washington y sus aliados han entrado en un territorio bélico hasta ahora desconocido, con respuestas desconocidas e impredecibles.

      Tales sanciones nunca se habían utilizado contra una economía global importante como Rusia. En pocos días, el efecto de estas medidas se ha sentido en los mercados. El rublo se derrumbó, los ciudadanos rusos hicieron fila en los bancos para retirar sus ahorros, el gobierno ruso impuso controles de capital y empresas occidentales como BP e Ikea abandonaron el mercado ruso.

       Habría referencias comparativas, tomadas de algunos casos históricos tales como lo sucedido en Italia durante la década de 1930, y Japón en la década de 1940, que no presagian nada optimista al respecto. Es obvio que si el deterioro económico en Rusia se torna severo, Putin puede tomar represalias, recurriendo a medios no militares, por ejemplo, los ataques cibernéticos, argumentando que las cosas están tan mal, como para que valga la pena renunciar a los ingresos por energía y cerrar algunos gasoductos a Europa, lo que dispararía aún más los precios de la energía.

       Probablemente, Rusia acudiría a estos recursos de presión social, económica y política, para incrementar influencias en la geopolítica occidental, pero dichas medidas podrían resultar contraproducentes, porque en respuesta occidental, los ataques cibernéticos podrían desencadenar consultas en virtud del artículo 5 del tratado fundacional de la OTAN, el cual establece que un ataque contra un Estado miembro se considerará un ataque contra todos ellos.

       Esto podría causar ciberataques de represalia contra Rusia y continuar desde allí aumentando la espiral de agresiones mutuas. En consecuencia, se esperaría que los formuladores de políticas públicas y de seguridad nacional encuentren plataformas de salida en esa etapa de las tensiones, pero siendo sensatos no hay garantías para que haya transparencia de las partes al respecto.

       Al mismo tiempo, existe el grave riesgo de que el actual conflicto se extienda más allá de las fronteras de Ucrania. Europa está inmersa en un inusitado período de rearme, con condiciones de seguridad en el terreno que cambian con sorprendente urgencia.

       La invasión de Rusia a Ucrania ha ensombrecido la anexión militar de facto de Bielorrusia por parte del Kremlin, mientras que las fuerzas estadounidenses han llegado a Europa del Este, para reforzar la seguridad de los Estados miembros de la OTAN. Dos realidades geopolíticas, por ahora irreconciliables que aumentan tensiones y presuponen, que sea más probable un enfrentamiento accidental entre las partes en disputa geopolítica.

       Recién iniciada la invasión a Ucrania, cuatro aviones rusos violaron el espacio aéreo sueco. Aunque con frecuencia esas incursiones a espacios aéreos de otros países, ocurren en tiempos de paz, es muy peligroso durante una guerra como la actual en Ucrania, pues su dinámica y volatilidad, podrían atraer fácilmente el fuego antiaéreo.

       El problema sería peor si los aviones rusos violan accidentalmente el espacio aéreo de un estado miembro de la OTAN limítrofe con Ucrania.

Otra posibilidad para desatar una guerra mayor, es que desde el comienzo del conflicto, cargamentos de armas estadounidenses y europeas han entrado en Ucrania para reforzar su defensa, mediante transferencias legales de los Estados de la OTAN.

       Si continúa la guerra, Rusia podría bloquear estas transferencias atacando las líneas de suministro que van desde los puntos de transferencia. En desarrollo de esas operaciones de interdicción, podrían matar o herir a tropas de la OTAN. Así, se afianzaría una espiral creciente. Esta probabilidad será más apremiante, si Rusia continúa tomando territorio ucraniano, y por extensión de los controles y acciones armadas rusas, las rutas terrestres para el reabastecimiento de armas a los ucranianos se tornan más limitadas.

       En términos concretos, es latente el riesgo de que los aliados regionales operen independientemente en apoyo de Ucrania, situación que podría conducir a Rusia y al resto de la OTAN a una impredecible guerra convencional directa.

       Hasta la fecha, la unidad interna de la OTAN ha sido sólida, prueba de ello es que Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, Estados miembros ubicados geográficamente cerca de Rusia, son los defensores más fervientes y activos para apoyar el esfuerzo bélico de Ucrania.

       Esto explica la inesperada propuesta para suministrar a Ucrania aviones de combate europeos. Por lo tanto, si los invasores rusos toman a Kiev o derrocan al gobierno ucraniano, es probable que estos Estados sean firmes defensores para armar y apoyar una insurgencia latente dentro de Ucrania.

       En ese orden de ideas, surgen preguntas de este tinte:

      ¿Cuál sería la respuesta de Estados Unidos, si presionada por las circunstancias o con el calculado fin de escalar la guerra, Rusia bombardea un campamento ucraniano o una misión de reabastecimiento militar ubicada dentro del territorio polaco?

      ¿Qué pasaría si las tropas lituanas, operando por su cuenta o habiendo leído mal un mapa, mueren mientras entregan armas a las fuerzas ucranianas?

      Sin duda, el apoyo a Ucrania desde las fronteras vecinas, como ha sucedido en todas las guerras, corre el riesgo de borrar las líneas entre combatientes y no combatientes, situación real que aumenta los riesgos de desencadenar una guerra más amplia.

      Lealtades y conveniencias estratégicas

       En sana lógica, se supone que una guerra convencional entre grandes potencias es imposible en términos nucleares. La lógica es clara en torno al espinoso tema: Hay demasiado en juego para que los Estados que poseen arsenales con armas nucleares tomen ese tipo de decisión. Sin embargo, las espirales de inseguridad tienen su propia lógica, razón por la cual la Casa Blanca y el Pentágono debería revisar las lecciones de la historia mundial de las guerras.

       Aunque la administración Biden ha sido cuidadosa para enviar armas a Ucrania, sin poder evitarlo, podría estar acercándose rápidamente a una etapa más azaroso de este conflicto. En el teatro de operaciones, la patriótica defensa ucraniana ha funcionado mejor de lo previsto. No obstante, las probabilidades de éxito táctico están del lado de Rusia en Ucrania.

      Al ritmo de los acontecimientos, las fuerzas rusas ocuparán más ciudades ucranianas e infligirán más daño a los pobladores civiles, aumentando la indignación moral en todo el mundo por las acciones de Rusia. Entonces, es probable que aumente la presión para que los gobiernos occidentales ofrezcan asistencia adicional a Ucrania, en especial, si estallan revueltas en áreas ocupadas por Rusia.

      En consecuencia, la administración de Joe Biden debería ser muy cautelosa al responder a tal presión. Armar y respaldar una insurgencia ucraniana podría borrar la línea entre ser actor secundario y convertirse en combatiente en una guerra ajena.

       Entre tanto, Estados Unidos también debe contener a sus aliados, ya que puede ser tentador para los países más cercanos al conflicto, considerar medidas unilaterales como apoyar una insurgencia u ofrecer refugio seguro a los combatientes ucranianos en su territorio. Algo que podría estar ocurriendo ya.

       Estados Unidos podría interpretar los compromisos del Artículo 5 de manera flexible en tales casos, lo que significa que si Rusia toma represalias, Estados Unidos podría no sentirse obligado a responder con la fuerza militar. En medio de la actual espiral, Biden y su equipo deben determinar hasta dónde llegan los límites de Estados Unidos y concentrarse en permanecer dentro de ellos, sin dejar el asedio económico y diplomático persistente contra Rusia.

       En síntesis, la forma más eficaz de reducir los riesgos de escalada en Europa es finalizar el conflicto en Ucrania. Esto será difícil, quizás imposible, en el corto plazo debido a la brutalidad del comportamiento ruso, las demandas irreconciliables de cada lado y el vehemente deseo de Occidente de apoyar a Ucrania. Pero hay que seguir buscando los caminos para llegar a la solución.

       Sin embargo, en algún momento, Estados Unidos podría usar su influencia con todas las partes, por ejemplo, la perspectiva de levantar las sanciones contra Rusia o reducir su ayuda militar a Ucrania, para cristalizar un alto el fuego o un acuerdo temporal. Dicho movimiento equivaldría a realizar un cambio radical en la política exterior estadounidense y en los giros geopolíticos del planeta.

      Sin embargo, debido a que la alternativa puede arrastrar un comprometimiento militar directo con Rusia, la consideración realista de los intereses estadounidenses puede requerir un ajuste de rumbo. En la práctica, más trágico que la guerra actual sería una guerra aún más grande y sangrienta.

      Reto enorme para los diplomáticos, los analistas estratégicos, las Fuerzas Militares Occidentales y los gobernantes.

      Teniente coronel Luis Alberto Villamarin Pulido

      Autor de 40 libros de geopolítica

     www.luisvillamarin.com

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